Cuentan que el viejo dictador cuando cursaba el cese a alguno de sus ministros lo hacia por medio de un expeditivo mensaje, dándole al afectado las gracias por los servicios prestados; mensaje que portaba, hasta el domicilio particular del susodicho, un serio y bien uniformado motorista. Y sin otras músicas todo seguía igual.
Aunque - y se comprende- se hayan querido borrar del mapa los malos hábitos de aquella larga y cálida meada dictatorial, convendrán conmigo en que mientras a Franco se le da leña a espuertas (a moro muerto gran lanzada), siguen funcionando muchas de las malas costumbres implantadas en su tiempo. Por ejemplo la corrupción, que se ha visto corregida y aumentada; o los sindicatos subvencionados: antes teníamos uno, ahora son por lo menos dos.
En suma: el Ministro de Hacienda, que anunció a bombo y platillo una reforma fiscal, ha dado pie a que sus adversarios digan, por un lado, que es una medida electoralista y por otro, que hace falta ser negado -a esos efectos electoreros- cuando anuncia que se van a gravar ciertas indemnizaciones que perciban los afectados por un despido laboral. Como si una indemnización, por tal causa, fuera una ganancia o un premio de la lotería.
Ha ciscado la pretendida reforma con esta maniobra y si los candidatos y correligionarios populares tenían difícil y arrastrado ganar votos en sus respectivas jurisdicciones, ahora habrán de bordarlo, tal vez para nada.
Rajoy no tiene motorista.
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