Lo menos que se le puede pedir a un político vocacional es que ajuste su conducta a las cuatro virtudes cardinales que ya se concretaron por Platón: Prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Observen: no toda la nómina de políticos está compuesta por ladrones. Pero haberlos "haylos" y en demasía. Y en cada partido, junto a los amigos de lo ajeno, están conviviendo los políticos vocacionales y los del montón.
Pues bien: esta última tropa, por no cumplir con los requisitos virtuosos que exigen la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, facilitan el surgimiento y la vida próspera de la canalla corrupta.
Un político es básicamente un mediador. Para tener votos que hagan posible su llegada al poder y por tanto su mediación, hacen muchas promesas. Estas se concretan en un generoso programa. Si se analiza fríamente, es tan amplio el repertorio de entuertos a enderezar, que induce a preguntar: "¿con qué dinero?" y a concluir: imposible. Si obráramos con lógica votaríamos al menos malo, o al que menos promesas hace. O -es lo que mayoritariamente ocurre- se vota por razones de amistad con la esperanza puesta en sacar algún provecho de los mediadores amigos, también llamados políticos. Así nació, vive y prospera la democracia clientelar madre de todas las corrupciones.
A los nuevos políticos -después de gastar mucha saliva en faramalla- los veo formando su clientela. Hasta anuncian una jubilación a los sesenta años. Tiene por objeto que se vayan a casa los mayores y dejen hueco para los amigos recién llegados con derecho de pernada.. Ya lo hicieron los "demócratas" de la transición para hacer hueco a los suyos.
Pregunten: "¿de dónde saldrá el dinero para tanta promesa?" Ahora, los nuevos, nos dicen: "Saldrá de los ricos". Y yo digo "¿Y si se marchan a paraísos fiscales?" "Saldrá de los que queden." "¿Y si no quedan?"
Solo hay una contestación: haremos como en Cuba. Y pregunto: "¿ya llegará para todos?"
Lo importante es que llegue para los amigos. A los demás, que les den con la legislación vigente.
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