martes, 21 de abril de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (65) )

     Entre los recuerdos de la guerra del 36, conservo uno que me hizo mella. A mis catorce años a cumplir en diciembre, la inocencia de un rapaz enfermizo -tal era mi caso- no salía de una sorpresa para entrar en otra. La lucha sangrienta que hizo historia en el norte Alava, acentuada en Villarreal, tuvo sus repercusiones en el colegio de Santa María de Vitoria, donde se alojó -mientras los alumnos internos disfrutaban en sus casas con las vacaciones navideñas- una compañía moruna para la que cualquier rincón era bueno si les dejaban encender una hoguera, en los patios de recreo, con la que  combatir el frío.
       Cuando los alumnos de este colegio -internos, externos y medio pensionistas- regresamos una vez cumplidas las fiestas hogareñas al colegio, caíamos de culo sorprendidos por las huellas derivadas del hecho bélico que ventilaban moros y cristianos.
         Esto es lo que nunca entendí y me dió que pensar: los requetés nacionales ostentaban su fe católica, llenos de orgullo, y daban caña sin piedad a los que defendían  su misma fe religiosa: los nacionalistas vascos.
        Parecerá mentira, pero las alianzas vasquistas fueron como fueron para pelear a muerte entre hermanos: unos con el apoyo de los  "sin Dios" (socialistas, comunistas y anarquistas) en aquel entonces, y otros con participación de árabes que, fieles a sus creencias, seguían en lucha contra la cristiandad allí donde convenía a lo largo de siglos.
       Y ahora, ochenta y tantos años después algunos se extrañan de que un derechoide, -como dicen que es mi caso- no crea a los unos ni a los otros. Sospecho que estoy buscando una solución equilibrada. Y no es fácil.

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