martes, 7 de abril de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (51)

     Es difícil entrometerse en el mundo de la política. Está admitido entre los especializados en esta materia -el gobierno de los pueblos- un conjunto de superficialidades que hacen temblar al misterio.
     Por ejemplo, ahí está el principio de la igualdad. La jurispericia llegó a conseguir que las leyes obligaran a todos por igual y, por consiguiente, era lógico reconocer a los afectados los mismos  derechos. Pero eso no es igualar. Y ahí se acabo la idea.
     El ser humano propietario de una finca tiene reconocidos los derechos y deberes que le otorgan las leyes; pero si otro personaje, usted mismo, no tiene por ley reconocida una finca, es un desigual. Luego por ese pormenor, que no es broma hay seres por millares y de la misma casta, que son distintos: es decir muy desiguales.
     Luego usted, político avispado, no me ofrezcas imposibles y, menos aún, no me vendas castañas como si fueran piedras preciosas.
     Lo que si puede ofrecer el ser humano inteligente es la creación de una política equilibrada, en la que se marquen como  solución,  teniendo en cuenta las capacidades y las limitaciones de todo ser humano, unos derechos y deberes mínimos. Todo ser vivo tiene capacidad para alimentarse, pero si así no fuere, no se le puede negar ese derecho que poco a poco va generando deberes.
     Con el tema de la igualdad se puede escribir un libro más, pero ya están escritos demasiados que,  al parecer,  se leen por muy pocos.
      Cuando los políticos predican la igualdad en demasía, es porque ellos desean un ascenso. Los igualitarios del montón saben de sobra que lograrlo tiene un precio, muchas veces humillante.
      Que conste: no hago otra cosa que constatar hechos.
   




   



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