jueves, 2 de abril de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (46)

     Estoy solo. Solo y comunicado. Presiono en una u otra tecla y, a bote pronto que diría un pelotari puedo conectar con los más distantes interlocutores. ¿Para qué?  Y paro el tecleo. Al fin mi deseo se reduce a ver si en la otra punta de este complejo planeta,  nuestros coetáneos son felices.
     Y para redondear la expresiva pantalla responde: más o menos sufren bien y gozan mal con los mismos pecados y virtudes.
      Estoy solo. El mayor de mis hijos -un abuelo, ¡tiene migas!- me ha mandado una película casera, reflejo vivo de su nieta de seis meses. Quiere, la niña, un objeto que llevar a la boca. Se revuelve bien y sabe reptar. Y, cuando alcanza su objetivo  y toca su meta, se sonríe y mira a sus antepasados muy satisfecha.
     Es el mejor regalo que tanto aprecio. ¿Por qué? Tal vez ..¿nos creemos malos o buenos cuando reptamos y termina el episodio con una sonrisa?
     La soledad no buscada llena sus miserias con la sonrisa de un niño o niña. ¿Tiene respuesta? Entonces ¿por qué las masas eluden la natalidad y la crianza de sucesores?
     Aquí, en el País Vasco peninsular donde resido, nacen menos y mueren más; disminuye la familia vasca. Estadística triste, porque lo que negamos a los de casa -un sitio donde vivir -terminan por llenarlo los de fuera.
     No soy racista. Constato un hecho que la larga duele.

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