miércoles, 8 de abril de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (53)

     Después de largas y desordenadas lecturas, he logrado entender que la globalización de vicios y virtudes -ultima reforma impuesta desde la progresía humanística- tiene su lado bueno, bonito y barato y otro, de  enredado pelaje, que hace temblar la fe puesta por el bípedo implume en la felicidad del futuro.
     He de reconocer que yo, -con unos cinco años bien cumplidos en un pueblo chiquito-,  me sentí feliz subido en la cabina de un camión marca USA de segunda mano, al que engancharon un trillo muy grande con unas cadenas muy resistentes,  para cosechar en un día la parva tres veces superior a la que podría resolver en tres jornadas una pareja del ganado de tiro. Sucedía, esto que cuento, por el año de 1927 y cuando lo recuerdo, también oí a un veraneante guapetón y bien vestido, exclamar: "por este sistema desaparecerán los bueyes". Y siendo un niño, recuerdo a otro testigo, raro para mí porque llevaba barba,  que exclamó: "Desaparecerán los bueyes".
     Al paso del tiempo, al recordar la escena, (buena memoria la mía y no la que mal conservo), lo comprobé: tenía razón el barbudo. Se acabaron los bueyes y las eras de trilla consiguientes, y los tratantes, y los labradores clásicos, y el herrador y hasta las moscas pegajosas del ganado vacuno dedicado a la labranza.
     Estoy enganchado por el tema y parecerá mentira:  encuentro relación entre este progreso tardío -muy ligado a la despoblación de las tierras agrícolas por la mecanización del campo- con la tardía aparición del coronavirus que nos forzará a un cambio, de cuya dimensión no se percatan nuestros sabios políticos: quieren arreglarlo a su manera cuando el remedio, lento pero seguro,  está en la escuela  que la tienen abandonada y no se dan cuenta.
     ¡Ya se verá!

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