sábado, 4 de abril de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (48)

     Hoy es un día señalado para hablar de la plaga que  ha metido en casas, guaridas y cavernas a millones de seres humanos, bajo el efecto de una globalización convocada con cencerros desafinados: a lo bestia. ¡Todo bicho viviente tiene que emparedarse como sea!
     Estamos ante una cencerrada reñida por completo con el toque de campanas, que nuestros antepasados soltaban al eco del aire puro  para sofocar un incendio arrasador, pero nunca pegajoso y, menos,  aliviadores de ancianos adelantándoles el derecho a morirse.
    No podía ser de otra forma. Los viejecitos (y viejecitas) duran más que un bieldo; parece un cachondeo: quieren jubilarse con sesenta años. ¡No puede ser y -como decía el torero mientras se lucía en una larga cambiada- además es imposible. 
   Un servidor, -fiel a las órdenes de carácter de línea dura- lleva quince días más aburrido que una faena repetida para sacar al toro de la  suerte de varas. Solo, fané y escangallado aquí me tienen con miedo a la estocada mortal. ¡La cosa no es para ser calificada de divertida!
    Esto es -lo he mirado en el correo electrónico- un ejemplo de  "globalización incontrolada". Y lo peor del caso es que nadie sabe cuánto va a durar la encerrona.
    Bien está que se saque una conclusión de tan larga escena. Verán: creo que ha llegado la hora de acabar con la rutina inútil de muchas faenas vistosas y, peor aún, si tienen  que emular a las taurinas. Creo que los políticos no deben ser elegidos para cargos responsables electoralmente, ni gozar del derecho a elegir para asesores o cargos parecidos, entre criados, amigos y parientes, sino a quienes demuestren en rigurosos exámenes su capacidad e independencia doctrinal. Es decir, elegidos por seria y dura oposición.
    ¡Otro gallo cantaría!

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