Estamos asistiendo en España -unos como protagonistas y otros como espectadores- a un proceso insalubre con la celeridad propia de una civilización no globalizada. Los remedios puestos en juego para vencer a la enfermedad recuerdan a los parches de sor Virginia.
La celeridad del veneno gana por leguas a la velocidad del remedio. Y para complicar la situación los políticos, puestos a ser curanderos, se rascan tras la oreja para demostrar su impericia y luego la cagan organizando la huida del bueno. A eso le llaman progreso.
En lo que me afecta, recuerdo cómo para luchar contra la endémica tuberculosis de las posguerra, se crearon sanatorios antituberculosos para los enfermos y hacíamos vida normal los sanos; la huida de éstos estaba impuesta por la puñetera necesidad de buscar donde y como matar la hambruna. Hoy al sano lo encerramos ayuno de personalidad rebelde y se le multa si lo pillan en la vía pública. ¡Jo... que tropa!
Hay que estudiar la solidez de este nuevo y moderno edificio políticamente enfermizo, creado por el populismo andante; estudiar el equilibrio que lo sostiene, su difusión y permanencia valiéndose de los medios inseguros que han puesto en juego y la "sapiencia" de las personas que dominan la materia.
Y me pregunto: ¿acaso los políticos actuales en fila están preparados para lidiar al "coronavirus" con recursos electro-magnéticos o químicos para evitar -y no digo curar- el envenenamiento difundido por un micro-organismo que nos revienta?
Como no dejen -los aludidos- de ir a la deriva y sigan orientándose con la divina gracia de su progresismo trasnochado, España será un despojo junto a otras naciones de su estilo.
¡Dios no lo quiera!
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