martes, 24 de marzo de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (36)

     Comprendo que más de un lector se dé por aburrido y deseche la lectura de temas político-sociales por el pesimismo que destilan sus autores.
     El lector inconformista -es cierto- quiere salir de esa rutina y abrazarse al ideario alentador, esperanzado, cargado de promesas como hacen los políticos.
    Muchos paisanos del montón consideran que estas promesas son libertad, igualdad, fraternidad, unidas a una buena paga. No es lo corriente. Ninguna de estas esperanzas están al alcance de cualquiera; conviene pararse  a pensar que los políticos salvadores de pueblos están contados.
    Lo normal es que las familias, cuando prosperan, es porque han cuidado su formación profesional y mejorado sus  medios económicos con sacrificios vocacionales, de un parte, y la defensa de su valía, por otra, mediante el ahorro de los dineros ganados en horas de sacrificio con sudores extraordinarios.
     Esta es la verdad que para nada procede de los prometedores políticos, salvo excepciones de sobra conocidas de las que suelen dar cuenta los libros de historia.
     ¿Cuál es el defecto de la sociedad que hoy está llamada a protagonizar la evolución y desarrollo de los pueblos y ciudades de España?
      Es su buena fe. Creen en lo que no vimos y se olvidan de crear lo que no vemos, conforme a lo que predicaba don Miguel Unamuno.
      Crear lo que no vemos está en manos de avispados negociantes apátridas y dados al recuento del progreso económico, sin ir a los altares de la misericordia.
      La defensa de ciertas virtudes vocacionales en España y en muchos otros países no funciona.
Hemos pasado de contar curas hasta en la sopa, a regalar la sopa de curas.
      Y esto ni es pesimismo lacrimoso, ni un punto de vista envejecido. Es la búsqueda de un equilibrio que en España-y en países parecidos- no se usa, ni se valora.
      El desequilibrio actual se llama "globalización" en un extremo y "nacionalización" en el otro.
      ¡Ya hablaremos!

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