jueves, 19 de marzo de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (32)

     Un pobre despistado, tal que un servidor,  poco amigo de fronteras y murallas, se siente traicionado por el medio puesto a punto para combatir a un microscópico personaje venenoso: han pretendido que no se cuelen en los hogares patrios  los extranjeros por el hecho de serlo, sin más trámites, para evitar que pasen a escondidas el tóxico que mata.
     Y además, a sus compatriotas se les ordena que no salgan a la calle a no ser que sea por razones documentadas o para pasear al perro. ¡Tiene melones la carga de leña!
      En una sociedad libérrima como la nuestra, la española, tal medida habría sido considerada como dictatorial si llega a disponerla una derecha morbosa. Pero... así es la vida, como la tal medida es propuesta por las izquierdas, ha sido aplaudido del refugio casero, sin más preocupaciones.
!Ellos sabrán por qué!
      Pero yo no quiero equivocarme: la mayoría callejera de paisanos en la actualidad, buscan al aire libre, aunque  esté viciado,  un confort que para sí quisieran en sus respectivos ambientes. Claro que no es éste el caso. Son muchos los españoles que aceptan la idea de que encerrados en casa, con los micro organismos venenosos encima,  estos  son tan fieros como en la calle o en los recintos donde uno trabaja o se divierte. Luego aquí se cuece algo que va a necesitar el aplauso de la mayoría; y la libertad que se otorgue, a no tardar, será un éxito que imagino pero no de atrevo a desvelar.
      Cuentan que un fiel feligrés judío se dirigió a un sabio sacerdote de su religión para pedirle un consejo:"En mi casa -le dijo- vivimos el matrimonio con diez hijos, dos perros, un gato y tres puercos... Una vida imposible. ¿Qué puedo hacer?". El consultado le dijo: "Echa de la casa a los perros y a los cerdos y pasado un mes vuelves y me informas".
    No volvió.

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