lunes, 23 de marzo de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (35)

     Cada día que pasa se complica aún más el enredo que nos trajo el coronavirus de los demonios. Es inevitable. Como único remedio nos aconsejan, nos empujan  hacia la huida. Y no es cualquier cosa; no es correr sin fatiga hacia nuevos horizontes, tal que las cebras; es ir a esconderse en la guarida, tal que las ratas. ¡Qué triste desenlace!
      Uno piensa: metidos en la oscuridad del recinto, -en el aburrimiento de cuatro paredes, en la rutina de no hacer nada-, en cómo el ser vivo, el bípedo implume que decía Unamuno, se inclina -en el seno de la desgracia- por mantener la lucha a oscuras cuando lo que pide el alma es la luz.
      Esta es la verdad del día, que no para hasta dar miedo.
      En plena acometida de esa que llaman "la globalización" del género humano, alguien ha puesto el punto de mira en los más ilustres mortales -de ello presumen- en un problema sin solución inmediata o a corto plazo.
      Esta realidad -no hay agua en el desierto- nos lleva al espejismo. En esas estamos. En casos así, el egoismo mata no se sabe si es para chupar sangre.
      ¿Y que solución queda?
       Es triste. Pero no hay otra puerta de escape: propiciar el descubrimiento del antídoto salvador en forma de botica.
       Mayormente, para ponerlo a la venta y salvar antes que a nadie al pudiente...
       Por muchos que se empeñen: no somos iguales, salvo cuando llega el suspiro final, suponiendo que no exista el cielo.
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