Ha tenido que suceder -quiérase o no- un hecho inesperado: la plaga que llaman "coronavirus". Fenómeno llegado de China al calor de una difusión en tromba: la "globalización".
Si usted lector es sincero y se asomó para analizar este suceso, tiene que haber comprobado cómo, la tal peste, ha pillado con el culo al aire a una inmensa mayoría de políticos. Al fin han sido -aquí en España- los expertos en soluciones bravas, casi todos médicos y médicas, los que agarraron al toro por los cuernos para que algunos responsables de verdad siguieran pregonando sus doctrinas llenas de bondad pero cargadas de mentiras.
Y claro, con el culo al aire libre, ni con el bla-bla-bla, se arreglan las desgracias como sucede con las inundaciones del levante, visitadas a bote pronto por los líderes de la movida para luego dilatar el remedio con pretextos varios.
La clase médica y auxiliares locales ha respondido y han demostrado cómo la velocidad -según un vulgar adagio- no se puede confundir con el tocino. Pero no es eso todo.
El problema está sin resolver. El primer paso era y es urgente, y tiene un precio. Es natural. Las desgracias, de una forma u otra, hay que pagarlas y no bastan las ayudas de la Europa unida.
Los políticos íntegros -que los hay- saben de sobra que las víctimas al uso -las clases medias- están en crisis y no les puede pedir mucho más.Los pudientes se largan (si no se han largado ya) a otros lares con el santo y la limosna.
¿Y que nos queda? No quiero ser pesimista. Ni quiero estar bien informado. El destino lo dirá.
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