Siendo yo un niño de unos seis años, mi padre observó que cojeaba al andar y su ojo clínico le indujo a llevarme, sin pérdida de tiempo, a pasar un examen radioscópico, muy en boga ya en aquellas calendas del siglo XX. ¿Resultado? Tuberculosis osea anclada en el tobillo de la pierna derecha. No les cuento: dos años y medio de reposo y vida aislada para no contagiar a otros niños. Mi soledad fue instructiva. Mi madre, maestra, se encargó de mi docencia cada mañana.Y por las tardes pasaba el tiempo tumbado y oyendo a mi padre y amigos que formaban tertulia en nuestra casa en torno a una mesa camilla y hablaban de todo tomando café. Al día siguiente por la mañana, le contaba a mi madre cómo aquella cuadrilla de charlatanes me ilustraban a fuerza de darle a la lengua.: No tenía escapatoria. Pasé dos años y medio escuchándoles en silencio.
Mi madre y maestra respondía a mis dudas, muy propias de un pingajillo de carne enfermiza en forzado reposo. Así aprendí a saber quién era Primo de Rivera, el dictador, a ver cómo perdía popularidad a esgalla y a conocer de oídas a otos personajes que lo seguían de cerca.
Todo para que yo ahora, otro pingajillo pero en viejo, pueda hacer memoria y ver -con asombro- cómo siguen vivas las tertulias políticas con las que aprendí a perder la fe, a cuenta de muchos más que perdían el seso por no controlar el motor de la política..
Porque ustedes me dirán si estoy equivocado o no. ¿A quién se le ocurre acudir a una convocatoria para ejercer de líder político -en este caso del PP, ya es desgracia- cuando en su historial consta que participó en una chapuza universitaria de la que tan sólo se puede salir pringadito de mierda? ¿O no saben, todavía, que los adversarios disfrutan dándole caña al muñeco? Mi madre -y yo con ella- habría dicho: "A otro hueso con ese perro". (No lo pongan derecho, porque es torcido).
Me duelen estas cosas porque veo venir el resultado. Y si no lo digo, reviento.
¡Cómo estará riéndose Doña Soraya!
(Continuará)
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