viernes, 17 de agosto de 2018

¿CONTRAPARTIDA? EL PROGRESO

     Si desde niños supiéramos adivinar las sorpresas que nos tiene reservadas el destino, muchos darían paso a la marcha atrás.  ¿Acaso el progreso no está muy unido a sorpresas no deseadas? 
     Hagamos la pregunta desde otro punto de vista: ¿Por qué se construyó el viaducto de Génova sin que se hicieran reparos a los peligros que encerraba? ¿Qué vejez les espera a otras obras parecidas?
     Hace ya bastantes años viví, encajonado en un avión de pasajeros, el descenso para tomar tierra en el aeropuerto de Bilbao con vientos que reviraban el destino del más precavido viajero. Pasado el susto, me dí de baja como pasajero aéreo. Morir sin darse uno cuenta puede ser tolerable; tomar conciencia de que solo te quedan minutos para caer y cascarla, es otra cosa.
     Todo es consecuencia del éxito logrado por la ley del mínimo esfuerzo: en vez de dar una vuelta que supone un rodeo,  vamos a pasar por encima que es más corto. La felicidad está por eso unida a la comodidad. Tener el baño en casa, no es lo mismo que ir al río a despiojarse. Y aunque parezca mentira, esta es la salsa de la política; o salsa de la que gozan muchos políticos. "Queremos  una vivienda digna a la que, como todos tenemos derecho" y se fueron a vivir a un chalet hipotecado por 600.000 mil euros. "Peccata minuta".
      Y en ese terreno -el de la felicidad lograda con el mínimo esfuerzo- siempre lo bueno tiene padres conocidos y lo malo se lo cargan al enemigo. Por ejemplo, unos pocos políticos, mandados por un inútil, nos llevaron a la ruina hace unos diez años porque se le hundieron los puentes; y ahora, los mismos y con los mismos collares, creyentes  en la bondad del mínimo esfuerzo, se presentan como salvadores  con cara inocente, pero dura, a llevarnos por encima del viaducto que han inventado hace unas semanas: cargar de impuestos a los ricos para que lo paguen los pobres sin darse cuenta.
      El mínimo esfuerzo no hace milagros.

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