Creo estar entre los pocos convencidos de una realidad difícilmente asimilable para los demócratas del montón: la realidad de una alianza firme entre los socialistas de izquierdas y los centristas de derechas. (Los centristas de centro, no existen).
Los socialistas, o que presumen de serlo, están todavía cuidando con mimo los tópicos de la última Guerra Civil y esto nos conduce a contemplar el ombligo de aquella parida cuando necesitamos una gimnasia rítmica que corrija los defectos de un esqueleto mal musculado para los envites del Mundo en fase globalizadora.
¿Y qué pasó no hace mucho? Que los socialistas perdían cancha por estar entre ellos a la greña, mientras los centristas iban de culo, contaminados por los cuarenta ladrones, y algunos más de propina, que daban risa cuando no ganas de llorar.
Ambos, PP y PSOE, por separado están en manos de las minorías minoritarias que, ya es decir, constituyen las huestes secesionistas. (Huestes:conjunto de seguidores o partidarios de una causa). No se "asombran" porque unos pocos, los nacionalistas, mantengan a sus órdenes a unos muchos, los unionistas.
La "astucia" socialista -gobernar a un país sin votos- se cae por su propio peso, pero no les desanima cambiar de acera sin romper los collares a los que están sometidos sus actuales compañeros de cama.
¿Y qué decimos de o a los centristas? Muy sencillo: que se bajen de la higuera y se dispongan a ser auténticos después de honestos. Los votantes necesitan de clara lealtad para asumir principios y conductas justos y equitativos. No hace falta convertir la política en un amasijo de contradicciones.
Con las doctrinas vigentes en España, socialistas del PSOE y centristas del PP son intercambiables. Allí donde chirrían, pueden enjugar con facilidad distancias y reparos. Pero están lastrados. Están el siglo pasado.
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