"No, es no", dijo el jerifalte socialista, y se mantuvo erguido y admirado ante el espejo por su "demostrada" capacidad intelectual.
No, es no. Y llegada la ocasión el mismo personaje se olvida de este principio tan matemático y brillante como para pedir una reunión con su adversario, nuevo en la plaza, para jugar contra él haciendo trampas; para del "no" cambiar a un "sí" del tamaño de un circo.
Y uno, que tiene buena memoria, se acuerda del dicho de su hija, con tres años recién cumplidos, cuando ante un urinario público mal ventilado, proclamó en voz alta: "Papá, aquí huele a mierda".
Usted, lector, juzgue por sí mismo. Ante un Presidente, de cualquier idea que se considere líder ¿que diría si cambia de opinión a conveniencia, ahora desde el poder, y si pide "sí" donde sólo era posible el "no"?
Aquí en España -incluidos los secesionistas- pasamos de las procesiones más devotas a las carnavaladas más estúpidas- sin el menor síntoma de vergüenza. Y a eso, también, lo llaman democracia.
La diplomacia -entre políticos- se ejerce haciendo trajar al seso, sin llegar a la hernia del ingenio; sin llegar al "París bien vale una misa".
Puedo estar equivocado, lo admito. Pero desde la debilidad intelectual -detectada en la España que debería estar unida- no se puede negociar nada, ni con nadie, si el opuesto lleva bien afianzada su doctrina y cuenta con procesiones patrióticas que lo refuerzan.
Por ese camino equivocado, es por donde llegan las guerras. No lo duden.
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