miércoles, 29 de agosto de 2018

EL PENSIONISTA COMO CLAVE POLÍTICA

    Hay varias formas de aprovisionar la vejez y,  entre todas, la más segura fue la de ahorrar por cuenta propia. Esto lo descubrieron nuestros antepasados y lo llevaron a la práctica muy pocos, entre otras razones porque no ganaban lo suficiente para darse el gustazo de crear y cultivar tesoros.
   Entonces, los paisanos más agudos inventaron las cajas de ahorro, ideadas para que se sintiera libre cada vecino de cuidados y vigilias si ahorraban,  aunque fueran pequeñeces. Todo iba bien, o menos mal, y el paisanaje se educó en el ahorro para sentirse seguro. 
    Pasaba el tiempo y poco a poco lo políticos se dieron cuenta de que allí, en las Cajas, había un tesoro muerto y decidieron darle utilidad y -nadie sabe cómo- en menos de diez años pulieron una era de sacrificios gloriosos.
    Ahora lector, le ruego piensen por su cuenta:  ¿Fueron o no ladrones los que allí mandaban?
    El caso es que poco a poco en España asistimos a dos fenómenos curiosos a la par que dignos de estudio: la desaparición de las Cajas y el hundimiento de pequeños negociantes que perdieron ánimos y por ese cauce   llegó la ruina de gran parte de la clase media que se quedó sin ahorros para hacer frente a la vejez prevista.
    Perdonen si lo cuento a mi manera,  pero lo que pasó, pasó,  y yo no he sido.
    Ya se habían extendido los seguros  oficiales y pensionados que ¿garantizaban?  a propios y a extraños una vejez tranquila. Pero... hay que tomar ajo y agua para soportarlo. Ajo picante y  agua de borrajas..
     Menos mal que se ha legalizado  la muerte dulce, algo que se aproxima al suicidio por cuenta ajena, con notario por medio para que no haya dudas.
    Todo un maizal corrompido y no hay dios que nos arregle la pianola. 

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