Tuvo sus dificultades. Quería ser autónomo y topó de frente con dos problemas: el económico y el oficial: el del dinero para comprar un automóvil idóneo y el municipal, chiringuito donde le darían el permiso (o los permisos) de la autoridad competente para ejercer de taxista.
El dinero, en parte ahorrado, lo pudo completar con un préstamo de la Caja de Ahorros local que, desde la austeridad iniciática, atendía a los empresarios de modesta estirpe. ¡Ya no hay Cajas! Se fundaron bajo la democracia de hace siglos, cuando se acababan los gremios; se las cargaron los políticos pueblerinos de la peor calaña de nuestros días, cuando impusieron la democracia pero no equitativa. ¡A saber donde fue el género contante y sonante! Y aquí nadie rinde cuentas. !Nadie o muy pocos!
Pero esto aparte, con lo que no contaba el buen hombre de esta historieta es que dentro del gremio no se veía con agrado a los nuevos fichajes. Por fin admitieron al nuevo taxista. pero su calvario fue peliculero.
No contaban, los susodichos del gremio (es decir los taxistas arriba citados), con que, al paso del tiempo, iban a ser las multinacionales del libre comercio, las que pondrían en activo una fórmula comercial para alquilar viajes entre destinos prefijados al servicio de las muchedumbres. ¡Querían quedarse con el santo y la limosna!
¿Pero alguien ha creído que la política consiste en que lo mío es para mí y lo de los demás a repartir? Pues no: y sin embargo hay fórmulas. Aunque algunos invoquen lo contrario, resulta que sí puede ser. Los taxistas han ido a la huelga siguiendo el mandato instintivo: la conservación de la especie. Están en su derecho. Pero... deduzca usted desde su posición de lector: ¿Le ha conmovido la huelga del taxi?
Particularmente les doy la razón. En toda democracia que se estime, lo bueno se paga a justo precio. Pero no hay cuscús que se regale. Y la moneda mala siempre termina por desplazar a la buena.
¡El pueblo manda!
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