lunes, 4 de diciembre de 2017

LOS SECESIONISTAS ROMPIERON AMARRAS

     Estos son los hechos: los secesionistas catalanes se  sintieron fuertes  y capaces para romper las amarras que impedían su independencia como pueblo. Justificaron su decisión en la legitimidad de sus principios, base de su iniciativa. Respondían así, a las leyes vigentes, consideradas injustas. 
     En España, por más vueltas que demos al tema, existe una mayoría  opinante convencida de que -según su origen- los españoles no somos iguales, y -en consecuencia- es legítimo que se sometan a distinto trato legal. ¡Viva la República!
    Cada tierra da su fruto, con su marca,  su estilo, su idioma o su dialecto o  habla o jerga. Cada uno con su orgullo y su vanidad. ¡Somos distintos! Importan los genes, pero no cuentan  tanto como presumen los que defienden la autenticidad de origen.
    Aquí y ahora suman:  la fe patriótica regional, la adscripción a un distrito en el que caciquear (intervenir en asuntos políticos de manera arbitraria o abusiva) con derecho a  reafirmar el gesto y la careta de la legitimidad, y las puras y duras aspiraciones materiales -dominar los mercados y los resortes de una influencia bien remunerada-.
    Para todo ello, se extiende y domina  el poder catequístico y espiritual secesionista,  que  lleva a los catecúmenos al alarde popular con  distintivos propios  y a ostentar una participación en el poder local y regional con derivas económico-sociales de amplio rendimiento.
    De ahí surgen los  movimientos multitudinarios, arrolladores, por supuesto legítimos, capaces de imprimir carácter. Las procesiones doctrinales -cualquiera que sea la creencia-  nunca fueron desinteresadas, pese a las apariencias.
    Insisto. La razón importa, si  no se olvida la cartera.  De ahí surge el voto clientelar.
    ¿O estoy equivocado?


   
 

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