jueves, 21 de diciembre de 2017

EL REPARTO DEL PODER

      Es evidente que los políticos -salvo excepciones muy contadas- ejercen esta profesión (dicen) para acabar con las injusticias.  Tengan en cuenta que la buena  política es una vocación dedicada  por unos pocos a favorecer a sus coetáneos, sobre todo a los más necesitados. El político, para ser eficiente, necesita poder. Y por ahí es por donde empieza a complicarse la cosa. 
     En resumen, el poder personal de cada uno depende de muchos y  diversos factores y al final se defiende y resulta más duradero para quienes consiguen amasar grandes fortunas. El rico puede más que el pobre, salvo en muy contadas excepciones. Por ejemplo al triunfar una revolución capaz de arrasar a todas las jerarquías reinantes para implantar otras nuevas.
      Es duro y nada grato tener que singularizar las dotes de un político a través del poder que unas  veces ostenta y otras detenta (aplíquese el auténtico significado de esas palabras).
      El político no vocacional sabe que su apoltronamiento en las bancadas oficiales es pasajero. Y que el dinero también da poder si consigues atesorarlo. Se puede decir que ésta simpleza es propia del más grosero materialismo. Pero el invento es muy práctico y tiene siglos de historia: en todo partido son muchos los llamados y pocos los elegidos; y -por razones prácticas- no hay que perder la ocasión aunque sí la vergüenza. Lo importante es subir al palco del poder para engrosar la cartera. Pero no suelen ser los mejores.
    ¿Cabe liberarse de esta esclavitud a la que nos someten las leyes electorales? En parte sí. Sencillo de entender pero duro de aplicar. A los políticos, pagarles bien, pero seleccionados por rigurosa oposición con título de licenciatura como exigencia previa.
     Expuesto y aprobado lo que antecede. hoy en Cataluña los políticos  serían seleccionados en razón a su talento y sabiduría. Y hoy, a cambio,  nadie da garantías. La elección  no es racional; es sentimental.
     Depositar el  voto, como se pide  a los electores de buena fe, es un acto emotivo, noble, limpio de inmundicias, pero movido, a gran escala,  por apetencias personales de candidatos  unidos en grupo,  deseosos de tocar poder  sin romper las hamacas.
     El votante carecerá de garantías de acierto para arreglar el tinglado.  ¡Ya lo estamos viendo!
   
   

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