No existía en esas fechas la enseñanza pública obligatoria. Casi todos los cetros docentes funcionaban por iniciativa de la Iglesia y por muy contados grupos de intelectuales que ligaban el progreso de los pueblos al dominio de la ciencia. Es el caso de las sociedades que se titularon amigas del País. Y el caso de otras minorías cultas que trataban de modernizar su Patria, como el pequeño pueblo que cito.
En las Cortes de Cádiz se plantea la preocupación del nuevo Régimen por la enseñanza pública. Pero es un sector que avanza lentamente. Despierta el interés de los políticos que descubren en la escuela un instrumento útil para captar adictos, siguiendo ejemplo de la enseñanza en manos de órdenes religiosas.
Durante el siglo XIX restante, el XX y lo que va del XXI, el interés por la enseñanza fue pasando de las manos religiosas al sector oficial y, en la actualidad, hay una creciente demanda de instrucción pública en todos los grados. En España nos encantan los movimientos pendulares.
Lo bueno que tiene la enseñanza pública es su gratuidad o baratura. Lo malo es que las iniciativas oficiales al servicio del pueblo, cuando son gratuitas para el consumidor, se degradan. Y si sucede lo contrario es debido a que el servicio aparece impuesto por sistemas totalitarios que saben lo que cuesta un peine y donde las jerarquías reciben un tratamiento aparte.
La enseñanza prospera donde hay libertad y esa tiene un coste. Abundan las Universidades donde los estudiantes logran un título a bajo precio. Pero tienen luego que seguir pagando estudios de carácter práctico, bajo fórmulas muy diversas, entre ellas percibiendo el salario de un aprendiz.
Lo bueno siempre se paga de una u otra forma.
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