Hube de escribir un librito en el que recogía las inquietudes de mi ciudad siguiendo la evolución en el tiempo de dos fuerzas conductoras, de dos vectores: el hambre de pan y los medios utilizados para satisfacerla.
El hecho de subir el precio del pan en diez céntimos de peseta por una pieza de kilo, podía dar ocasión a protestas callejeras multitudinarias. En en las últimas décadas del siglo XIX, en zonas pobladas por familias obreras, los políticos se tentaban la ropa cuando las cosechas de trigo venían mermadas: esto suponía escasez y -consecuentemente- el alza de precios. Y con ello el conflicto.
Me tocó en plena juventud vivir la posguerra española: tener asegurado el pan era un lujo. Las panificadoras estaban controladas y una inventada "Comisaría de Abastecimientos y Transportes" llevaba el control de las harinas entregadas para elaborar el pan y de los kilos producidos. ¡Una desdicha! Te vendían el pan contra el cupón de racionamiento.
La falta de alimentos suele venir acompañada de pobreza y la caída del nivel de vida generalizada produce una desmoralización social aplastante. Es curioso: la gente se resigna cuando más padece. Entre los años cuarenta y cincuenta, en España, el descontento afectaba al noventa por ciento de la población, pero no se movía una mosca. Y no era solo por la dictadura. Las cosas empezaron a cambiar -con el mismo régimen- mediado el siglo, a medida que llegábamos a los sesenta y volvíamos a la normalidad.
Viene esto a cuento de lo que está sucediendo en Cuba. Las dictaduras suelen digerirse mejor cuando los pueblos sufren; las dificultades surgen cuando se vislumbra una deseable prosperidad. Entonces aparece una pléyade de políticos que siempre, siempre, predican lo mismo: el cambio hacia un estado del bienestar.¡Mentira! La prosperidad llega con el ingenio y esfuerzo personal, hasta para los "chorizos".
No es pesimismo. Yo también les voto, a sabiendas de que sus promesas son falsas. Es que me pillan muy viejo y sé que los niños no vienen de París.
¡Vienen de parir y esto es doloroso!
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