viernes, 11 de noviembre de 2016

EL MIEDO A TIEMPOS PEORES

     Démonos por engañados si llegamos a creer que mejorarán nuestras condiciones de vida con fórmulas ya superadas por las generaciones  que nos precedieron en sus andanzas por este pícaro mundo. Hablo de fórmulas; no de valores.
     La sobriedad, admitida como valor humano si se mantiene por convicción -no por narices-, suelen practicarla un contado número de personas y no les va mal; sin embargo, cuando la sufren muchos mortales como deber impuesto, no les va bien; sobre todo si conduce a que sean muchos los obligados a llevar una vida miserable.
     Voy a fijarme en un sector, el sanitario, que -como a tantos enfermos crónicos- me afecta personalmente.  Cuando acudo a  los centros de salud, tomo nota mental del despliegue que se organiza para atender a miles de enfermos y los medios puestos en juego para vencer a la muerte. Nunca lo habría pensado.  Llego a esta conclusión: esto solo  lo resiste un pueblo donde la iniciativa privada funciona y soporta una gran presión tributaria; porque esto se paga y si no se hunde.Tan pronto como cualquier golpe de fortuna nos conduzca a una  prolongada crisis económica, la decadencia del sistema sanitario es inevitable. Diría, con dolor, que no  puede resultarnos extraño que llegue a legalizarse el suicidio  para evitar gastos que  serían calificados de inútiles.          
      Hay una solución básica si se rodea de otras complementarias. Y ésto ¿qué supondría? Nada menos que cambiar el estilo de vida de millones de personas. Supone prestar mucha más atención a la medicina preventiva que  a la curativa; nos llevaría  a orientar la educación de esas personas para combatir -porque la presión tributaria tiene sus límites- los excesos, los malos hábitos;  es decir a ser sobrios por convicción, a llevar una vida muy ordenada,  muy higiénica, muy sencilla, bordeando la austeridad.
      Pero ha de tenerse en cuenta que los malos hábitos son de difícil desarraigo. "El alcohol es un veneno lento", pusieron en una pancarta,  con ánimo educativo,  en las cercanías de varias tabernas. Al poco apareció otro letrero con esa leyenda: "No tenemos ninguna prisa".
      Uno quisiera ser optimista, asunto de difícil abordaje para un viejo precavido y muy gastado. "Esta oscura desbandada", como tituló Zunzunegui -tan olvidado- una de sus novelas, no acepta ciertos remedios.
   


No hay comentarios:

Publicar un comentario