miércoles, 23 de noviembre de 2016

COMER, BEBER Y ARDER

     Los debates parlamentarios  son, en gran número de ocasiones, mero pasatiempo: no es extraño que por pura camaradería, terminen con aplausos de los compañeros de bancada.  Puro teatro. Una forma de justificar la percepción del jornal politizado
     Hoy tocaba hablar, en el Congreso de los Diputados, de la precariedad de los salarios y de la necesaria imposición de remuneraciones justas en favor de los trabajadores en general, pero muy especialmente de aquellos que carecen de habilidad o preparación singularizada; es decir, de los trabajadores del montón.
     Ahora bien:  esta precariedad salarial no se regula por decreto, sino que funciona al calor de la ley no escrita de la oferta y la demanda.  Si sobra mano de obra no cualificada, bajan los precios de contratación; y si escasea, suben.
      Los políticos quieren que mejoren las condiciones laborales de estos trabajadores a los que hoy se les paga con salarios miserables. Al mismo tiempo  -sus corazones manan generosidad- son partidarios de dar una buena acogida a los emigrantes que aumentan, sin pretenderlo, la abundante oferta de trabajadores que valen para todo, pero carentes de oficio especializado. Por la vía del mercado negro, envilecen las contrataciones. ¡Así es la vida! No se puede soplar y sorber
      En los EE.UU de Norte América, un empresario pragmático llamado a gobernar el país, entiende que debe darse un recorte a la emigración de gentes no preparadas, en beneficio de los trabajadores patrios: al disminuir la oferta mejorarán los salarios. Al descubridor de  esta simpleza lo ponen a parir.
      Y usted -me  preguntarán- ¿qué opina? Yo, que vengan cuantos quieran;  y, además,  que les pongan un piso en zona céntrica y, para mantenerlo, les den un subsidio mensual. La experiencia me dice que es la forma de no sufrir disgustos. 
      Ustedes me perdonarán. Estoy muy gastado y viejo y me han reconocido el derecho a vivir en paz.





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