Dudo que partido alguno de ámbito español, entre los que buscaron apoyo y votos en el País Vasco peninsular, se haya dedicado seriamente al examen
crítico y global de este territorio. No digo que no existan estos estudios. Hablo de un examen crítico.
Esta indiferencia (o desidia) explica en parte la evolución negativa en votos de esos partidos. Mal asunto para la política, caer en esa indiferencia; no es el camino a seguir.
Esta indiferencia (o desidia) explica en parte la evolución negativa en votos de esos partidos. Mal asunto para la política, caer en esa indiferencia; no es el camino a seguir.
Ante un planteamiento
autonómico, conducente a fomentar la prosperidad de la sociedad vasca, hay que obrar con arreglo a criterios racionales y no dejándose
llevar por intuiciones inspiradas en
sentimientos patrióticos. Todo el funcionamiento foral a cargo de las Diputaciones
que se desarrolló gracias al Concierto Económico (siglo XIX últimas décadas) se fundaba en una administración
austera y muy básica en favor de los contribuyentes. Las economías conseguidas iban en beneficio
directo del ciudadano, al que se prestaban los mejores
servicios adecuados a las demanda de los tiempos, con la menor presión tributaria.
Superada aquella fase-eran otros tiempos- estamos ahora viviendo el caso de la Unión Europea, que trata
de alcanzar una federación de Estados de diverso proceder y cultura. Los pasos se dan de uno en uno, bien meditados, de forma que se puedan corregir
o rectificar para eludir desvíos o errores. El resultado viene siendo positivo aunque hayan de corregirse fallos y reafirmar aciertos.
Miremos pues a Europa. Desde la UE, para dirimir quién y cómo ha de
asumir cada competencia – bien por parte de la Unión o de cada Estado- se tienen
en cuenta – además de otras previsiones - tres principios básicos: proporcionalidad, subsidiariedad y solidaridad.
Sin entrar en pormenores, en
España, cuando se instituyeron las autonomías, la pelea y ambición desatada por asumir competencias nos llevó a
no tomar en cuenta estos principios. Los nacionalistas primero -y a imitación de
ellos los autonomistas, después-hicieron
pasar por buena esta idea: cuantas más competencias para las
circunscripciones autonómicas, mejor, para así justificar y sostener un
auténtico anhelo: montarse a lo grande, establecer un centralismo regional y no
ser menos que los territorios que aspiran a ser naciones independientes. Este
modelo nos lleva al disparate y en buena lógica, en bien de todos, habría que intentar suplirlo por otro más racional y por tanto más
eficiente y menos costoso; más rentable.
Esta es la línea de conducta a estudiar: racionalizar la cesión de competencias a los territorios forales en Vasconia, y a las Diputaciones en el resto de España, donde pudiendo ser útiles se han convertido en un estorbo y en un nido del nepotismo. La racionalidad obliga, pero no se trata de deshacer o desmontar nada: al revés. Se trata de alcanzar una superior eficacia
al mínimo coste, para, lo cual, eso sí, hay que introducir cambios.
No lo olvidemos: proporcionalidad, subsidiariedad y solidaridad. ¡Ya hablaremos!
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