viernes, 19 de agosto de 2016

LA ESPAÑA QUE RÍE Y LA QUE SUFRE

     A España, tantas veces crucificada por los hijos que dicen más la quieren  -o sea sus políticos- ahora metida de lleno en la vía del Calvario, la están poniendo en  ridículo, que perdurará hasta que a los  mercaderes no los echen  del templo que profanan.
     De entre estos, uno de sus preclaros varones ha descubierto en el NO -ratificado con patadita en el suelo, propia de niño mal educado y caprichoso- el mantra milagroso que le aseguren sus deseos irrefrenables de poder a cualquier precio.
     Otro, el mediador, se ha autoproclamado prototipo a imitar, sin tener en cuenta el dogmatismo de sus propuestas, programadas  para enmendar la plana de los corruptos, en un país donde el mal tiene carácter de endémico. La corrección ha de empezar en la escuela, donde tanto tiempo se pierde en preparar a gentes que luego han de mostrarse amigas del politiqueo improvisado.
    El tercero, aparente sufridor, atraído por la corriente del compañerismo y por las más extrañas compañías de cama, es el que al final -de veras- más hace sufrir a sus votantes que no se lo merecen; sufren como nadie, cuando advierten que a su Cristo muy amado lo pintan con  dos pistolas.
    Y el cuarto que por fin ha descubierto su secreto, no  trata de asaltar el cielo, sino de hacerse con el poder, si no total (no se olvide, son totalitarios) hasta donde la escalera alcance. Les urge no esperar. Son capaces de participar en cualquier sorteo.
     Pero no  olvidemos al componente electromagnético que quiere desconectarse de España.     Puedo estar equivocado pero algo me dice que en el plano político los soberanistas llevan gran ventaja a los sonrientes y estereotipados políticos de libro. El nacionalismo posee un atractivo cuasi religioso, un sentimiento que siempre fue clientelar y valora las felicidades del pasado y con futuro: con los que fueron y ya no están y con los que han de venir, que tampoco están. Mucho talento han de prodigar sus oponentes para ganarles la partida.
     Entre tanto, la España más necesitada sufre. ¡Es muy triste!



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