miércoles, 17 de agosto de 2016

ESPAÑA TRAS LA ÚLTIMA GUERRA



     He de ser cruel y pido perdón de antemano. Pero los hechos tambièn lo fueron para una inmensa mayoría de españoles. Ahì está la cofesiòn de Manuel Azaña cuando ya nada tenía remedio.
     Cuando en España se acabó la última guerra incivil, una inmensa mayoría de españoles reconoció en su fuero interno: hemos hecho un pan como unas tortas, alimento ácimo judaico poco apreciado por la cristiandad;  tortas, que hubieran  querido  para ellos los españoles en los años del hambre, tras el período belicoso.
     La guerra española, con todas sus miserias -buscada,  querida e impuesta por unos políticos ambiciosos de poder al precio que fuera- dejó a España convertida en un inmenso páramo,  pobre en pastos  y,  a  sus gentes,  en un triste rebaño de bípedos implumes, sin otra meta que la marcada por el rabadán victorioso  rodeado de pastores fieles y canes sumisos  para que nadie se desviara y se perdiera en parajes, según ellos,  peligrosos.
     ¡Estaba claro! Al final, el rebaño solo busca subsistir;  la mayoría desconocedora del camino a emprender  para evitar su definitiva ruina, se aplicó a una  monocorde tarea: a  no perecer de hambre.
     En ese trance, al cabo de los años, las generaciones de españoles sucesivas adquirieron el hábito de  huir de los conflictos para tener tiempo  con el que ganarse el pan   y hablar de fútbol.
     En momento dado y más o menos previsto, a esos españoles les dieron a elegir  entre una transición pacífica o una nueva revolución guerrera; la mayoría hizo funcionar su memoria,  propia o heredada,  y optó por aceptar la alternativa pacífica. Ese era el dilema que funcionó. No faltaron los gestos picarescos, ni los desengaños. Topo muy español. Era la llamada transición
     Era realidad, lo menos malo para un pueblo inerme, ignorante de la gramática parda  que suelen gastar  muchos polìticos; un pueblo que creía,  y sigue creyendo  de buena fe, en  todos los profetas  y paridores de encuestas y  proyectos, al mismo tiempo que no confíaba en su vecino, ni en su propio esfuerzo.
     En la transición hicieron de nosotros lo que quisieron. En la que hoy, en nuestros días, ahora, podríamos llamar la desmembración de España, pueden hacer -como el pueblo siga una línea pastueña- algo parecido.
     No les conviene a los españoles, que son muchos más, entregarse maniatados los no españoles que son muchos menos,  sin votar por la pacífica prosperidad en un País donde  hay madera para encontrar  buenos políticos y sanear la democracia.
     Pero no hay que fíarse: esto de ahora, no es una transición; tal y como vamos,  es un timo patrocinado por los más tontos del  pueblo; salvo muy contadas excepciones.
      ¡Lo siento! Eso es todo.


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