sábado, 6 de agosto de 2016

EL RACISMO Y LA POBREZA

     Si a un país cualquiera llegara un jeque árabe con todo su cortejo y se alojara en un hotel de cinco estrellas con  su servidumbre y se le viera visitando las atracciones más caras, los restaurantes de lujo, los círculos sociales más distinguidos, nadie osaría a discriminarlo por sus características raciales. Si, al contrario, los que llegaren a  territorio español fueran pobres,   además de árabes, el rechazo estaría en la calle y a eso ya le llaman racismo. Pero a la que se discrimina no es a la raza, sino a la pobreza y sus costumbres, por las que una gran parte de españoles sienten una sensación desagradable y condenatoria: ¡Vienen a quitarnos el pan de nuestros hijos!¡Manchan allí donde pisan!¡Dejan todo hecho un establo!
      En el último tercio del siglo XIX,  Vizcaya -por su acelerado desarrollo industrial-  fue punto de acogida de una migración campesina; los inmigrantes llegaban con lo puesto a trabajar de peones en las minas. Eran pobres, poco formados, que se ganaban el pan y poco más sometidos a una explotación inhumana y eran piadosamente despreciados por maquetos. Allí nació y  creció el socialismo obrero vasco, coetáneo con un carlismo foral que derivó hacia un nacionalismo reivindicativo de libertades medievales. Los pobres forasteros eran "famélica legión". Los nativos, no es que fueran ricos, pero, en comparación con el peonaje minero, eran unos potentados. Aparecieron las reivindicaciones propias de un racismo económico espontáneo, popular; no era, aún, el racismo doctrinal que aparecería màs tarde en respuesta a unos hábitos no coincidentes con los usuales entre vascos. El racismo clasista -no el de nuestros dìas-,  tomó como referencia a los inmigrantes pobres de las minas. El racismo doctrinal es otra cosa.
     ¿Ha desaparecido el racismo auténtico? Decididamente no. Existe, pero tiene otro aspecto. Está presente, pero vestido con sedas. Al racismo  le llaman ahora etnia cultural y bajo esa bandera se protege, se enseña, se propaga.  
      Si usted lector rasca un poco en la sociedad que vive verá cómo la mayoría de las  comunidades autónomas  españolas, exaltan e imponen los principios de una concreta etnia cultural, dominante  con mayor o menor intensidad.
      Es curioso, cuando el universo culto trata de borrar fronteras para progresar, en España se levantan en nombre del progreso cultural.
      ¡Cada día importa menos la España de nuestras desdichas! Empezando  por una gran parte de nuestros políticos.



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