Cuando alguien desde su anonimato, es decir un don nadie, se pregunta ¿adónde vamos a parar?... no es extraño que recuerde aquel soneto de Quevedo (1580-1645) : Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes ya desmoronados...
En 1640, reinando Felipe IV, aunque ejercía el poder su favorito el Conde Duque de Olivares, Portugal alcanzó su independencia; en Cataluña, por esas fechas, ya se levantaron en armas e intentaron aplicar sus leyes y hubo lucha para contenerlos; en Andalucìa el Duque de Medina Sidonia quiso instituir su propio reino y en Aragón se registraron intentos belicosos de signo independentista, según decimos en la actualidad.
¿Y en qué se parecen aquellas calendas a los días de hoy? En los altos índices de corrupción existentes a entre las personas cercanas al poder o implicadas en su ejercicio y en los intentos secesionistas.
¿Por qué esa coincidencia? Porque las arcas del Estado no llegaban para atender tanto gasto y porque los grupos de presión hacían de su capa un sayo, es decir, no sujetos a disciplinas razonables, se inspiraban en los mecanismos de la picaresca para alzarse con el santo y la limosna en su propio beneficio. Los menos, aunque granujas, dominaban a los memos, aunque políticos
Cuando las personas alcanzan cierto grado cultural y desean de verdad resolver los problemas de la tribu, no discuten como necios ni pierden el tiempo en fraguar inconsecuencias; se ponen en comandita a discurrir sobre cómo actuar para dar con las soluciones al menor costo posible.
No es lo acostumbrado entre nosotros. ¡Y así nos va!
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