Pienso que todo empezó a salirse de madre cuando el novicio Pedro Sánchez calificó con recochineo de indecente, en un debate electoral, al Presidente del Gobierno Mariano Rajoy y éste no supo reaccionar con dignidad. ¿Cómo? Con una sencilla actitud: la de levantarse e irse, dando a entender que no era admisible esa falta de respeto al jefe de un Gobierno; falta que convertía en reo de lesa democracia al jefe de la Oposición. ¡Impepinable!
El odio personal pasó desde ese momento a cobrar el carácter de extensivo y haría falta retrotraerse a los tiempos de la II República para evocar un clima parecido.
No nos equivoquemos: la solución no viene con un cambio de protagonistas; llega con la reforma de actitudes a poner en práctica por los que actualmente están en candelero.
Hoy mismo, si ahora, antes de ser recibidos por S.M. el Rey, Sánchez y Rajoy cambiaran de actitud, se dieran la mano y muestras de arrepentimiento el uno y de generosidad el otro, estarían poniendo la primera piedra para entenderse y formar Gobierno, ahorrando a los españoles un gasto inútil y un tiempo precioso, a perder para nada en beneficio de nadie, con unas nuevas elecciones. generales.
En la política sucede como en las relaciones diplomáticas: no cambian los protagonistas en caso de conflicto. Han de actuar terceras personas que sepan manejar el circunloquio. En una hora bien trajinada se pueden hacer milagros, siempre que haya voluntad y fe. Y, repito, un cambio de actitud.
¡No es tan difícil!
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