Las deudas se pagan, a no ser que el titular se vaya al otro barrio o lo declaren insolvente. En este último caso conviene prepararse porque el endeudado llega a saber lo a que es bueno a través de lo mal que se pasa sin tener dónde caerse muerto.
Y las deudas se pagan, eso es lo malo, reduciendo el gasto al máximo de forma voluntaria, antes de verse uno obligado a cumplir ese trámite por imperativo legal. O sea que por las buenas o las malas el endeudado, para salir del trance, se ve impelido a pasarlas canutas, a sufrir humillaciones y sinsabores, pudiendo incluso ser incapacitado y sometido a tutela judicial, que es una forma de esclavitud muy racional, pero muy pesada, para terminar pintando en esta vida menos que una mona.
Estos son los hechos y por ese camino ustedes sabrán quiénes van a padecer más las miserias ineludibles. Por si no lo sabían, se lo diré: los mas débiles.
Este es el caso de un país llamado Grecia. Podría ser, si nos descuidamos, el caso de otro país llamado España. Es mejor aceptar la carga y disponerse al sacrificio voluntariamente. Pero habría que aceptarla conscientes de dos hechos: Primero: ¿Quién o quiénes nos han llevado a esta situación? Segundo: ¿Cómo evitar (o mitigar) que los sacrificios penalicen a los más débiles?.
Si yo fuera político activo -que no lo soy ni puedo serlo- empezaría la campaña electoral que nos amenaza, poniéndome ante los electores con ese doble propósito:Primero, conocer a los causantes del mal causado para escarnio público y para que se sepa por todos (con nombres, apellidos y su filiación política), y segundo, proponer un plan de amortización de la carga pendiente, de forma y manera equitativa y justa. Porque si la injusticia es mala, la falta de equidad lo es peor.
Sería la forma de equilibrar los sacrificios que -digan lo que quieran los políticos con sus falsas promesas- aún nos esperan.
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