sábado, 3 de enero de 2015

CON SAÑA

    Confieso mi debilidad: me atraen los debates políticos y me siento incómodo  cuando constato que los rivales en vez de confrontar hechos y  opiniones (o  tesis doctorales, me da igual), apoyan sus razones en el ataque a las personas,  es decir en el argumento "ad hominen" . Y lo hacen, además, con saña, o sea con  furor, con intención rencorosa.
    Desde que aparecieron los espadachines anti casta, partidarios de la justa indignación,   la santa repulsa contra determinados vicios se ha convertido en un insulto personal. Han  puesto nombre y apellidos al primer adversario que les hace frente  para ponerle tibio  hasta en su documento de identidad.
    Cuando se empieza a perder el respeto a las personas se   propicia la injusticia y en ese clima toda barbaridad es posible.
    Apuntar y  combatir los vicios en cualquier circunstancia, empieza por  obligar, al que acusa, a ser  meticuloso con la verdad cuando  efectúa el recuento de los hechos; y termina por no cargar la culpa a los que, exentos de responsabilidad,  deben  quedar libres de toda condena.
    En el combate dialéctico de los mercados cuando alguien quiere vender sus  productos, no se dedica a difamar al fabricante de la marca competidora; por lo general le basta con pregonar y aportar pruebas alusivas a  las buenas cualidades de sus fabricados y su ventajoso precio de venta. No se entretienen en injuriar al competidor, entre otras razones porque resulta ineficaz a sus propósitos.
    Solo los malos políticos se toman la molestia de levantarse de la cama cabreados y montar en torno suyo un equipo de asesores y noticieros que le proporcionen una  ficha completa de las debilidades de su adversario. Todo para ponerle a bajar de un burro en la primera ocasión que pinten bastos.
   Un político para ganarse la calle, es decir el voto, ha de acertar a ser una buena persona, un gran gestor y un leal amigo del pueblo, al que sabe atenderlo, en la medida de sus posibilidades, siempre que la petición es justa, y sabe, de igual forma, decir  no, a todo  lo que es injusto,  aunque el peticionario sea su correligionario, un pariente o un amigo.
     Algo que falla en la España de nuestros dolores donde la política,  antes que nada,  es clientelar. Por ahí empiezan todas las corrupciones.

 

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