Las llamadas democracias -concebidas bajo el mejor y más noble sentido del vocablo- están apolilladas, corroídas por parásitos diversos, por gusanos y polillas, por rutinas corruptoras, por vicios insalubres. Salvo contadas excepciones, no hay otro panorama a la vista
El basamento de toda democracia se alza, en teoría, sobre valores universales que -según dicen- garantizan a los seres humanos un logrado equilibrio de poderes, cualquiera que sea su condición o su circunstancia. Dicho de otra forma, para no perder el equilibrio social el poder ha de estar muy repartido.
En la última década -en lo que se refiere a España- se detecta un cambio rompedor. Tomando como base del poder de la riqueza, se comprueba que ricos hay pocos (pero mucho más ricos), y el número de pobres aumenta por días y cada uno que pasa, son más pobres.
¿Y esto por qué sucede? ¿Porque somos un país pobre? Puede ser. Pero algo me dice que nuestros dirigentes -la mayoría- prometen mucho y luego no cumplen; la vaca no da más leche.
¿Cambiamos de políticos? ¿Para qué? Los que han de cambiar para arreglar poco a poco la cosa no son los elegibles, sino los electores. Y esto, además, de trabajoso, da sus frutos con lentitud. Por eso no cuela en gran parte de los pueblos latinos o mediterráneos, estos últimos mayores en número.
Queremos pan y circo. La playa, -circo- puro placer al sol sin hacer nada, está libre de impuestos. El pan, ganado con sudores activos, si paga impuestos. Estamos ante un absurdo.
La lógica lo dice. Pan y circo gratuitos nunca llegan para todos.
¡Ya lo sé! No me lo diga. Usted lo que quiere es trabajo. A ser posible en el sector público y no por rigurosa oposición: a dedo y para ayudar al pobre. Es decir, usted quiere una playa con calefacción y aire acondicionado pagada por los sudoriparos para que esto no se hunda del todo.
Y esto no puede ser y además...
No hay comentarios:
Publicar un comentario