martes, 30 de octubre de 2018

PARA LOS CUATRO DÍAS QUE ME QUEDAN (20)

    Un personaje derechoso tiene por costumbre valerse de su poder influyente para -en su particular beneficio- ahorrarse unos dineros  en perjuicio del común. Es una costumbre muy extendida en España de la que se lucran muchos políticos -no todos- sin considerar que estas  míseras y vulgares prácticas,, son además sucias y contagiosas.
    Que ésto lo hagan los de izquierdas, se comprende.  Ellos, convencidos de que se dejan la piel en beneficio de los pobres, se merecen el perdón popular como justa respuesta. Es el chocolate del loro que, cuando abunda, hiere.
     Son las paradojas del destino, algo tan mal explicado como peor comprendido.
      Estas izquierdas no ven putrefacción alguna en el caso del jerifalte de su cuerda que se compra un chalet de alta factura por la vía del crédito con el que  no habría ni soñado hace tres años. ¿Qué ha pasado? Ha crecido en influencia. "Do ut des".
      ¿Y por qué persiguen a los ricos, siendo, como son, tan necesarios?
       Verán: soy alavés, la provincia pobre del País Vasco. Empezaba el año cincuenta y uno, y la católica Vitoria -unos 50.000 mil habitantes- era un muestrario de estrecheces. Mano de obra barata. Sé cómo  y gracias a qué  empezaron a fabricar las furgonetas DKW (Donde hoy está la "Mercedes"). Mano de obra dócil, en aquel tiempo.
       Hoy Vitoria bordea los 250.000 habitantes. Ha dejado de ser católica en el plano social. ¿La han hecho los ricos? ¿O los pobres? ¿O la clase media? ¿O todos?
      ¿Y cómo va la ética?  Creo que no tan mal, aunque en trance de bajar escalones.
       Los pobres de espíritu  crecen en  número. ¿Saben por qué? Por el mal ejemplo. ¿De dónde viene? Esa es la clave.

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