jueves, 11 de octubre de 2018

PARA CUATRO DÍAS QUE ME QUEDAN (5)

     Estoy convencido: la corrupción de los partidos democráticos de España, -salvo alguna excepción- tuvo su origen en 1977, cuando se dió el visto bueno a la primera convocatoria electoral con la que se remató el funeral del régimen totalitario.
     Solicitaron su admisión para concurrir a esta llamada, CIENTO ONCE partidos políticos aspirantes, con los nombres y apellidos de sus promotores que definían su circunstancia y doctrina. Era para temblar. ¿De donde sacarán el dinero para costear este  lujo? Tal oferta y tan  dispar demostraba que la solidaridad entre españoles era un fiasco. Cada uno barría para su tierra, para su casa. Mostraban la  insolidaridad propia de tribus primitivas. La doctrina era un pretexto. Prosperaba el cacicazgo.
    Perdonen la inmodestia: yo estaba allí. Y me tocó ver de cerca aquel mercado. Una millonada, cuando en España vivíamos la crisis del petróleo. (1973). Menos mal que los electores con buen sentido redujeron la plantilla de los elegidos a dos importantes partidos (UCD y PSOE), otros dos de tipo medio (PCE y AP)  y varios más, pocos, regionalistas o muy minoritarios.
     Al terminar el proceso se hicieron cuentas que merecieron la oficial aprobación. Pero ¿reflejaban la verdad? Nadie se alarmó. Cuando mi vecino de cola, allí donde teníamos que rendir resultados, me confesó en confianza: "¿Te das cuenta? Las elecciones más  caras del siglo; eso, después de ocultar el dinero en negro". Nosotros, en Álava, no hicimos trampa. Pero... ¿Será posible?
     Y ahora, cuando se ha levantado sólo la esquina del escondite-alfombra, ¿se sabe la verdad de aquel intento democrático tan elogiado pero tan sucio? ¡Claro! Ha prescrito. Aunque, yo no lo dudo, se creó un precedente.
     No he logrado encontrar una exposición escrita de esta realidad. Silencio en la noche. Y sin embargo, desde el PSOE en el poder por la década de los ochenta, se hizo saltar la liebre en Cataluña.
¿Para qué? Pero ese es otro cantar.
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