Me van a permitir una digresión que viene a cuento, como nota marginal, a unas elecciones españolas que más o menos tarde se anuncian ya con un previo afilado de cuchillos.
Si tu adversario-enemigo obra mal y no le importa darse un baño de juego sucio, espéralo al acecho. Eso no ha de impedirte que los electores se enteren, por vías desinteresadas, del disparate que supone, por ejemplo, una alianza que ata de pies y manos a tu rival.
Es muy sencillo: nada tan eficaz para ganar unas elecciones como favorecer que el adversario
se desprestigie por su cuenta. Es la táctica de algunas emisoras de TV que funcionan con éxito ante una derecha que pierde el tiempo y el dinero en un bla-bla que suena a falso. Que se lo pegunten a la señora Aguirre.
Dicho esto quiero que sepan que ni me va ni viene, y menos a mis años, el éxito o el fracaso ajeno. Cada cual tiene derecho a organizarse como quiera. Al final, ya se sabe, le van a echar la culpa al moro muerto. Pero que pretendan -como decía el otro- querer gobernar sin astucia y de paso dar lecciones de lo contrario, es como asar la manteca.
Uno puede estar equivocado pero, usted lector, párese a pensar: ¿qué relación puede tener una encuesta electoral hecha con datos de hace semanas, con un debate celebrado anteayer?
Y sin embargo, ahí está por si llueve.
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