Si nos esforzáramos en analizar el argumentario de cada partido político para ganar adeptos y votos, llegaríamos a esta conclusión: nada tan ineficaz como desprestigiar al adversario; nada tan poco convincente como personificar los errores. Hay que detenerse en la calidad del producto. Luego, una vez cumplida esta tarea analítica, viene -en segundo plano- la lista de ofertas del rival, tantas, tan pródigas e inútiles y tan costosas como para pensar y demostrar que el adversario miente.
No conviene hablar mucho y mal del competidor cualquiera que sea su doctrina.. En el plano comercial la rivalidad es tan dura y consecuente como para concluir: no cites ni por descuido a tu contrario con nombre y apellidos y menos para resaltar su defectos. El producto se vende si se demuestra que es el mejor y más barato. Lo demás es leche migada.
Obras son amores. Si uno cambia el destino de su voto es por conveniencias personales. Cambian cuando la oferta es posible y cuando se hace por personas responsables y cumplidores de su palabra.
El día señalado, el momento ideal para la dimisión de un político de relieve, se presenta cuando no puede cumplir lo prometido. Es decir cuando se da noticia del incumplimiento de algo fundamental del programa, sin que haga falta citar a persona alguna.
El secreto está en saber razonar la inutilidad del intento fracasado, su desprestigio. Claro que esta propuesta hay que estudiarla y no puede fracasar.
¿Pero quién soy yo para meterme en estos berenjenales?.
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