A Sabino Arana hay que
agradecerle su claridad y su proceder sincero y sin tapujos. Lo que deseaba, al definir al Pueblo vasco, era dar a saber a quién debiera alcanzar, y a quién
no, la condición de vasco; quién es, y quién no, el titular del derecho a formar
parte de este Pueblo, pera ser o no miembro de la nación vasca.
“Empleo aquí el término nación –nos dice- en su sentido más
estricto de conjunto de familias procedentes de un origen físico común y próximo, análogas entre sí y distintas de las demás por sus caracteres morales y
físicos. Es un término etnológico, no político como es el estado”.
“La nación -sigue- es producto de la naturaleza. Ningún hombre puede cambiar de
nación aunque quiera. A ningún vasco puede hacérsele de nación española o
francesa, ni a tiros de cañón: como ningún español o francés podrá jamás ser
vasco. ¿Por qué? Porque España y Francia son naciones latinas, y el vasco no es
latino; sino… vasco”.
Sabino Arana, en cierto
modo, reaccionaba así ante la masiva llegada de emigrantes a la zona minera de
Vizcaya que, a su entender, contaminaban los “buenos usos y costumbres” del
Pueblo Vasco.
Al paso de los años, la
emigración se generalizó y han sido los propios nacionalistas, seguidores de
Sabino Arana, quienes han ido modificando su criterio, por la sencilla razón
de que si en el País Vasco votaran a los partidos nacionalistas sólo los vascos,
conforme a las tesis del fundador del
PNV, éste sería un partido minoritario en las convocatorias electorales. Al PNV
lo salvan las decenas de miles de votos emitidos por los étnicamente tomados
por “latinos” en los textos sabinianos.
Con una política
envolvente, también de redes tendidas, han conseguido los nacionalismos el voto
de muchos que no pertenecen en rigor al Pueblo vasco. A estos neo-vascos les
han puesto el hábito de este Pueblo, y (muchos, no todos) se han identificado
con las reivindicaciones nacionalistas. Han cambiado la ortografía de sus
apellidos, han adoptado el santoral vasco para bautizar a sus hijos y estudian
en euskera
batua, que es algo así como rizar el rizo de la
identificación eusquérica.
Pero el hábito no hace
al monje y no se pueden romper los rasgos de identificación culturales, como
los que dimanan del idioma español. No puede negarse que los vascos de verdad
están en minoría en su propio país. Sin embargo, y esto es su mérito, han
sabido captar los votos de etnias culturales que no son vascas, y con ello los
han puesto en contra de los valores que representaban sus padres y abuelos;
valores que, para el progreso de todos y, entre otros, gracias a ellos
arraigaron en la
Euskalerría o tierra de los que hablan en vasco.
¡Es curioso a la par
que paradójico y frustrante! Pero la vida es así.
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