sábado, 6 de mayo de 2017

CARENCIA DE IDEAS AUTONÓMICAS

    Los líderes políticos españoles no dan muestras de querer evolucionar, con ideas propias,  para racionalizar el desarticulado mosaico  autonómico en que han convertido España.
    Cada vez que alguien intenta analizar el resultado de treinta y cinco años largos descentralizadores, tropieza con la muralla de los intereses creados, que se mezclan con el vicio de la corrupción institucionalizada.
     Así no hay forma de que funcione el principio básico de toda autonomía: la solidaridad creativa, que tiene poco que ver con la solidaridad subvencionada.
     La mayoría de los políticos se aburre y solo saben aplicar como remedio contra la desmembración de España,  cuatro tópicos legales con los que frenar las aspiraciones secesionistas de los que solo creen en el nacionalismo de la vieja escuela. Por eso, cuando les llega el problema a nuestros políticos en activo,  en vez de tratar de resolverlo desde el  poder ejecutivo y -si preciso fuera desde el legislativo- pasan la pelota al poder judicial, como si eso fuera poner una pica en Flandes.
     El único ejemplo autonómico de España, experimentado durante décadas con cierto éxito, que debió de examinarse a fondo en el período de la transición, era provincial. La provincia se desarrolló en Álava y Navarra durante el franquismo porque, a diferencia de las demás del resto de España, tenían fondos propios; tenían dinero.
     Las demás provincias españolas se habrían desarrollado a otro ritmo, pese a sus pocas competencias,  si hubieran contado con medios económicos a este fin. Estas provincias de régimen común, no podían volar por su cuenta.
      El primer logro de los nacionalistas vascos, consentido desde el Poder central, fue cargarse a las
dos provincias autonómicas: primero a Álava, luego a Navarra; el segundo logro, cuando se autorizó de facto que los nacionalistas pusieran los cimientos de una ansiada pero nueva estructura nacional: la de Euskadi, que incluiría a Navarra.
      Esto lo ve cualquiera, menos los políticos asentados en Madrid. ¡Por algo será, porque tontos  no son!
     Ignorados los ejemplos de Alava  y Navarra, las nueces caen por su propio peso, aunque nunca faltan los que además se valen de su astucia para afanarlas. Otra cosa muy distinta habría resultado si los políticos de la transición hubieran comenzado por devolver a Vizcaya y a Guipúzcoa el Concierto económico del  que se vieron privadas en 1937.
     Pero la historia no acaba aquí. Las torpezas se pagan. Y la transición no fue tan bella como algunos la pintan.

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