Hace unos diez años la estabilidad económica de España se perdió por el estallido de la llamada burbuja del ladrillo, unida a otras circunstancias que dieron paso a la corrupción política. Tienen al borde de la ruina a medio país.
Los créditos otorgados con generosidad, el dinero fácil, promovieron una especulación alegre y confíada. El corte brusco de las facilidades crediticias paralizó aquella locura. Siguieron diez años de restricciones y angustias -que aún no han terminado- y continúa el desastre que vienen padeciendo millones de familias en esta España de nuestros dolores.
Ahora, después de la caída, nos dicen que no puede atenderse la demanda de viviendas en alquiler y -en consecuencia- sube el arriendo de los pisos vacíos por encima de lo previsto. Por esta circunstancia, se despierta la codicia especulativa y se detecta una respuesta violenta que conduce a la ocupación de pisos vacíos por el sistema del todo vale para satisfacer el derecho a una vivienda digna.
Ahí y así está el problema y los gobiernos, carentes de medios y sin solución a mano que resuelva cada caso, terminan por ser tolerantes con los "okupas" y por dejar que una injusticia tape a otra, sin perjuicio de que el precio de los alquileres de pisos vacíos suba por las nubes.
Los perjudicados por estos casos, son la clase media y baja que, sin otro remedio a mano, terminan por creer y por poner su fe en los apóstoles redentores del populismo en marcha.
Cuando se anuncia que un paso en falso puede llevarnos a situaciones como la venezolana y parientes próximos, los responsables políticos salen a la palestra no para apagar el incendio, sino para echar más leña al fuego.
Lo que faltan son viviendas y técnicos que las puedan construir, o aprovechar las que ya existen, a precios asequibles en favor de los que más las necesitan.
Pero los políticos siguen a lo suyo: discutiendo si los perros son galgos o podencos. De ahí no pasan.
¡Y menos los recién llegados!
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