El paro angustioso que invade España se quiere solucionar por tres vías: la del pequeño negocio, la de crear puestos oficiales y la migración. Hay una dificultad añadida: Los pequeños negocios no suelen ser rentables, los puestos oficiales están ocupados por cientos de miles de interinos y la emigración pasa por un mal momento: está de moda cerrar puertas y elevar muros.
Nos queda desocupar los puestos oficiales, pero repito, están llenos de interinos. Para hacer un hueco hay que darles la categoría de fijos; en esas estamos: en introducir a todos los interinos en los escalafones oficiales como fijos, para hacer un hueco a las nuevas generaciones de enchufados.
Esta integración de la interinidad no es tarea fácil. Para hacer funcionarios con todas las de la ley a los interinos, tendrán que superar una serie de pruebas que -pese a su interinidad gracias al enchufe- lleguen a demostrar su valía; solo van a ingresar los que -como en cualquier oposición a notarías- lleguen bien preparados. Para más garantías, será una oposición libre; podrá concurrir cualquiera que reuna títulos y méritos; solo que a los interinos se les reconocerá una puntuación por la ganada experiencia en el cago interino o algo así. Es decir: ¡ya hemos vestido decorosamente al muñeco! Podemos dormir tranquilos.
En tres tacadas, por ese sistema, doscientos cincuenta mil personas legalizaran su situación que les permitirá pasar de una interinidad estable a una consolidación del cargo. Entre tanto, miles de españoles están metiendo horas a destajo para demostrar su valía en rigurosa oposición y conseguir una plaza dignamente.
Siempre habrá en España dos clases de funcionarios oficiales: los de carrera y los enchufados. Es el último consuelo que nos queda.
A no tardar, en la próxima legislatura, con todos los enchufados -salvo contadas excepciones- ya en plantilla, se levantará la veda y empezaremos a contar con nuevos interinos.
¡Una patada a la ética en el culo de miles de opositores!
Y a ésto lo llaman democracia.
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