jueves, 15 de septiembre de 2016

NO LES QUIERO ABURRIR

        Sí; no  les quiero aburrir con la señora Rita. Ustedes perdonen. Es más entretenido que les cuente cosas de mi pueblo.
        Teníamos un peluquero joven que lo llamaron a filas en plena guerra y, para que se acostumbrara, lo llevaron directamente a la batalla del Ebro -donde ya no se contaban los muertos-; lo pusieron al mando de un mulo resabiado portador de aquellos cañones de montaña que tanto daño hicieron. El mulo caprichoso y resentido, se encabritaba a nada que oía el silbido de un proyectil. Y así lo hizo cuando pasaban por un sendero que bordeaba el precipicio de la sierra. "Este hijo de perra, me quiere matar", se dijo el peluquero. Fue entonces cuando, sin medir la gravedad del acto, solo y sin testigos, le dió un empujón al mulo y lo despeño. Llegó al punto de destino con las manos vacías. "Mi sargento: el mulo se ha despeñado con toda la artillería". "¿Se ha despeñado o lo has despeñado?" Era tal la gravedad del momento que ya nadie se acordó del episodio. Y así lo pudo contar años más tarde en la peluquerìa del pueblo.
     Es un hecho comprobable que los pueblos más cultos, creativos e innovadores  son los más equilibrados y los que más cerca están del soñado Estado del bienestar. Y no es menos cierto que la formación de las personas, aunque lo hagan  en grupo, es una tarea individual; cada uno lo consigue con su esfuerzo, poco a poco, a base de constancia y  sin perder el tiempo. El peluquero estaba entre los listos, aunque sea condenable aquel suceso. Pero se explica.
      Yo nací en una comarca alavesa cuya única riqueza era agrícola, mínimamente ganadera, carente de industria. Eran pobres y, sin embargo, nadie pasaba hambre. Los residentes en los pueblos habían cultivado la listeza. En la zona vivían sobriamente, pagaban pocos impuestos, y se aseguraban  unos servicios relativamente dignos aunque pobremente dotados: maestro, médico, veterinario, farmacia, sastre, zapatero, tiendas,  tabernas, transportes, pastores, etc., todo  pagado mediante igualas o tarifas muy apañadas.
       Los pueblos eran el fruto del esfuerzo y dedicación  de cada una de las personas que allí vivían en familia, a sabiendas de que esa tarea, formarse para vivir en un pueblo empezaba con los primeros pasos. Todo era vencer dificultades.
      ¿Y la escuela? No lo olviden: estaba pobremente dotada, pese a ser un complemento de la familia. ¿Por qué? Por desidia de los gobernantes. Los maestros ganaban poco y funcionaban según su leal saber y entender; estaban muy solos. Y las familias de los alumnos,  nunca supieron que  la enseñanza no es un gasto, sino una inversión. Un país que invierte sin miedo en la enseñanza, no se liquida en guerras civiles.
        En la pequeña comarca vivíamos poco más de tres mil habitantes repartidos en unos treinta pueblos. Hoy solo residen unas mil personas y varios de estos pueblecillos se han despoblado.
        Los políticos  no aprecian lo negativa que resulta esta pérdida. Los ven así, en ruina, pero  a nadie se le ocurre cómo repoblar estos descampados. Les falta sensibilidad y sentido  del equilibrio. Y el  mal se padece en toda España,  que lentamente pierde ríos,  pierde bosques que arden a mansalva, pierde flora y fauna,  gana en tierras erosionadas y estériles,gana  en una creciente desertización, gana en un mayor calentamiento de la tierra. Todo en perjuicio del paisaje y del paisanaje.
    En fin,  colaboramos como  idiotas para  destruir,  por no saber apreciar lo poco que nos queda de lo poco que teníamos. Es que -aunque digan y presuman de lo contrario- la escuela no funciona.
    ¡Claro que sí! España necesita un cambio.
  





   

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