martes, 13 de septiembre de 2016

CATALUÑA Y LA ESPAÑA QUE ROBA

     No descubro nada nuevo. Cualquiera que siga la evolución secesionista de Cataluña, llega a la misma conclusión de forma inmediata. Es un problema incontrolado, duradero y mientras no se resuelva, empobrecedor; es un problema que en gran parte nace de una España que  -según algunos- roba a Cataluña; nadie lo desmintió con credibilidad, porque nadie han echado  cuentas.
      El problema crece y tiende a convertirse en crónico. Parece que  ninguna de las partes  conoce ni quiere saber la verdad. De ahí viene el descontento y la bronca.  Las dos partes interesadas en este asunto, Cataluña y el resto de España, deberían conocer la esencia del robo y las consecuencias a las que ha dado pie, entre ellas a un secesionismo rampante. Se sabría lo bueno y lo malo del caso, si es que existió; es decir, la verdad,  que nos llevaría al triunfo de lo justo. 
       Las decisiones multitudinarias no suelen ser democráticas y sí suelen ser contraproducentes. Las masas no tienen por qué estar bien informadas sobre lo que más les conviene para poder votar racionalmente y no emotivamente; para votar con objetividad.
      Lo primero que debemos exigir,   para llegar a un acuerdo entre secesionistas e integristas, es la apertura de un expediente que recoja las incidencias surgidas entre los catalanes  y los Gobiernos de España a lo largo del tiempo. Los hechos han de reflejarse en  números y habría que ajustar  cuentas. ¿Cuánto le ha costado a Cataluña y cuánto al resto  de España convivir  bajo una misma bandera, en  misma Nación y con una misma Hacienda?
     ¿Qué sentido tendría este examen? Muy sencillo: hacer justicia.
     Conforme a esas cuentas -conformidad que llevará su tiempo- que serían  divulgadas para conocimiento de los pueblos, procedería, en justicia,   reajustar los desequilibrios.   
      En ese momento se podría hablar sobre lo que más conviene a todos. Al reducir las diferencias a números y con  las cuentas resueltas y conocidas por todos, acortar  distancias sería más sencillo que hacerlo arrollados por las multitudes desinformadas. Puede que la solución llegara por concertar el pago de las deudas pendientes - si las hubiere- y liquidar cada año la correspondiente al  último ejercicio.
     ¿Quedarían aminoradas las emociones en un ambiente sin  vencedores ni vencidos? Probablemente. Pero, como conozco el paño, sé que este tipo de propuestas suelen ser desechadas por tirios y troyanos. Les conviene el lío, la confusión, que España se parezca a  la casa de tócame Roque... El refranero los retrata: ¡En río revuelto...!
      Ni usted ni yo estamos entre los pescadores, ¡supongo! 






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