viernes, 30 de octubre de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA LXXXIX



         NUEVAS Y VIEJAS FRONTERAS.- Hace muchos años, en un viaje a Francia, mi mejor amigo fue protagonista de un incidente que pudo costarle caro. En la línea fronteriza, un funcionario francés  le pidió en tono imperativo que abriera su maleta y el aludido, con gesto adusto, le entregó la llave y le dijo: “Ábrala usted”.
          El macho ibérico contra el gallo francés. Se miraron a la cara y el  gallo, con la cresta empinada,  se reafirmó en la orden: “Abra la maleta o de lo contrario verá qué complicaciones le esperan".
        El español se doblegó, pero no pudo aguantarse la respuesta: “Ya  estoy viendo  que a usted se le ha subido a la cabeza su condición de francés para humillarme”. 
          El gallo llamó a un compañero  e imponiendo su autoridad,  llevaron a mi amigo hasta una dependencia donde supuse  iban a dirimir  una cuestión nacional.
         Todo esto, por la existencia de  sentimientos opuestos ante de una raya fronteriza. Como sucede entre especies inferiores del reino animal, los dirimentes del país vecino, ya habían puesto sus meaditas para delimitar territorios. Tras este marcaje lo lógico era enseñar los dientes y reafirmar las diferencias entre seres humanos fronterizos, basándose en la superioridad de un pueblo sobre otro y así reafirmar quien tiene el mando en plaza.
           En el fondo, la situación se había encrespado porque dos de esos humanos, se dejaron llevar por las demandas de un arraigado nacionalismo soberanista. Los ruidos empiezan así y a veces terminan en guerras espantosas. La dialéctica funciona con una lógica insolidaria a partir de esta sencilla afirmación: “somos distintos”. De ahí viene lo que parece obligado:  cargar la línea fronteriza de explosivos.
         Uno podría razonar. Podría pensarse en un conflicto actual; dos pueblos en lucha: “Soy palestino y, probablemente, a mí y a los míos nos iría mejor si alcanzáramos a entendernos con los israelíes para establecer un régimen de convivencia sin fronteras”.  Parece imposible el acuerdo.
         Volvamos la vista a nuestra tierra. Ahora en las elecciones próximas  volverán a gritar en pro de una frontera entre  los territorios   catalanes y sus vecinos. Saben que esto es conflictivo, pero insistirán en la demanda y, además, para mayor escarnio, repetirán que de esa forma buscan un trato amable con España.
          La verdad es que estos argumentos se esgrimieron para alcanzar la autonomía. Y hubo que arbitrar todo un sistema autonómico cuya deriva era previsible: encontrar un clima de entendimiento entre regiones para que algunas fueran reconocidas como  naciones.
          Las demandas de alzar nuevas fronteras  las formularon,  junto con los  soberanistas vascos,  los separatistas catalanes y  gallegos, con lo que el conflicto se multiplicó. De prosperar la idea, no tardarían en seguir con demandas parecidas, los canarios,  andaluces, valencianos, etc.
          Los derechos que se esgrimen para que el conflicto se generalice son muy débiles, pero al socaire de un clima consentidor,  se fueron acentuando las diferencias, sobre todo al primarse el uso de los idiomas autóctonos  minoritarios y al infravalorar el uso del castellano, pese a ser el idioma  que facilita el entendimiento entre todos los españoles y entre los habitantes de un buen número de naciones que también lo hablan.
              ¡El castellano,  idioma que tiene la virtud de darnos a conocer, de ser tomados en cuenta en el resto del Mundo  donde la cultura   tiene una importancia mayúscula, viene perdiendo interés en su patria de origen! Tal vez por eso conviene humillarlo. 

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