De ahí que
planteadas las competencias que debería asumir
cada territorio autonómico, fueran éstas
maximalistas, fiel reflejo del comportamiento político de Cataluña y del País
Vasco, a las que pretendieron emular, sin tener en cuenta (o puede que sí) que
estas dos comunidades, manejadas por los nacionalistas, en el fondo no aspiraban
a ser autónomas, sino a instituirse como naciones soberanas e independientes. Los
políticos no dudaron en copiar el modelo
vasco y el catalán -dos regiones desarrolladas- por no ser de inferior
categoría, sin tener en cuenta los costos de sus
aspiraciones que, al final, han de soportar los contribuyentes.
Ahí están
para demostrar este aserto el excesivo
número de organismos autónomos, pseudo embajadas, universidades, aeropuertos,
vías de comunicación, emisoras de TV y radio, sociedades públicas, etc. de muy
costoso sostenimiento que, además, han servido de pretexto para un despilfarro
que ha escapado a todo control del poder central.
Al final,
el autonomismo descontrolado nos ha metido a todos los españoles en un ciclo ruinoso: en una generalizada deuda que, sumada a la creada y soportada por una mayoría de Ayuntamientos, nos puede
costar años de esfuerzo fiscal para poder liquidarla; una deuda paralizante de
las empresas privadas productivas.
¿Cómo corregir todo esto sin incurrir en lo que
podría ser otro pendulazo que nos lleve a hundirnos más aún? Cuando
apelo a la actualización del espíritu foral de nuestros antepasados vascos, soy
consciente de que de que más de uno se preguntará: ¿hacia donde camina este
iluminado queriendo revivir antiguallas superadas en todos los países?
No
obstante, llamo a la reflexión a mis detractores, pues ¿qué otra cosa están
haciendo los nacionalistas vascos y catalanes que basarse en unos hechos
históricos acaecidos hace siglos, para en virtud de su parcialísima
interpretación sentar las bases del derecho a la independencia de los
respectivos pueblos vasco y catalán?
Voy a
referirme al caso vasco. Los nacionalistas vascos hicieron acto de presencia en
la política española a finales del siglo XIX. Por esas fechas airearon sus principios
para abrirse paso entre la opinión pública. Sabino Arana valoró por encima de
todo la adscripción católica del PNV. Por encima de todo, como sucedía con los
carlistas, estaba Dios. La ley divina
era guía
del Pueblo Vasco. Este principio
ha caído en desuso. Luego, en segundo
término, estaba la ley vieja, que los carlistas llamaban Fueros Vascongados. Como los fueros eran otorgados por reyes con poderes
superiores, Arana quiso demostrar que no era éste el caso vasco. Sus leyes,
derivadas de los buenos usos y costumbres de los vascos, eran “originarias”.
Rechazó esta denominación de “fuero” otorgado y adoptó la de “ley vieja” (legi zarra)
originaria. A partir de esta realidad, la independencia de los vascos, estaba
para ellos más que legitimada. Era, además, para ellos, una ley democrática y paradigmática.
Sabino Arana interpretó que este dato,
unido a los de la singularidad del Pueblo Vasco
dimanados de su raza, de su idioma y de sus
costumbres, constituían elementos suficientes para justificar sus aspiraciones
independentistas.
Estos factores de identidad, -raza, idioma propio,
costumbres, leyes- a fuerza de repetidos, subyacen en la conciencia de muchos
vascos; han ido recuperando valor. Curiosamente, como esta interpretación
de lo medieval, no cuadraba con la democracia representativa implantada en
España a lo largo del siglo XIX –voto universal, tres poderes independientes y otros principios
inexistentes en las tradiciones vascas- no tuvieron inconveniente en encajar
sus aspiraciones en los modelos liberales, con tal de seguir defendiendo las “libertades
vascas”; en suma, el derecho de los
vascos a constituirse en su territorio como nación soberana. El factor más
singular para identificar a los vascos, quedó reducido al idioma y a unos
cuantos mitos y costumbres que sirvieron no solo para enriquecer su folklore, sino como modelo de país moderno.
Todo ello sucedía cuando -reducido el
reino visigodo por los árabes- la España cristiana formada por gentes de distinto origen- toma conciencia de la necesidad de organizar su defensa.
Desde la zona septentrional de la Península, donde se refugiaron gentes llegadas de las zonas invadidas, se inició
una tarea que sería secular. Desde
Asturias, Cantabria, Vasconia, sus moradores participaron a lo largo del
tiempo en esa tarea y fueron ganando el territorio que sería conocido por Castilla. Don Claudio
Sánchez Albornoz, al reconstruir la historia de esa época, valora la participación
vascongada en la construcción de Castilla,
previa a la de España, y no tiene remilgo alguno al señalar que Vasconia
fue la madre de Castilla y la abuela de España.
Henos aquí que frente a la posición excluyente de Sabino Arana y de sus seguidores más acérrimos, está la integradora de Sánchez Albornoz que da un protagonismo principal a los vascos en la formación de España.
Henos aquí que frente a la posición excluyente de Sabino Arana y de sus seguidores más acérrimos, está la integradora de Sánchez Albornoz que da un protagonismo principal a los vascos en la formación de España.
¿Por qué
los separatistas pueden mostrar con orgullo las raíces de su independentismo y
no han de poder los integradores sostener la tesis que da relevancia a la
participación principal de los vascos a lo largo del tiempo –de lo que hay
decenas de testimonios históricos- en la construcción de lo que luego sería la
nación española? ¿Por qué los vascos de nuestros días, no pueden sentirse
orgullosamente herederos de aquellos esforzados varones que lucharon por la
España cristiana al fin triunfante sobre el
Andalusí musulmán?
Ser vasco
integrador se ajusta más a la historia que ser vasco secesionista. Esto no es ser anti vasco. Y convencer a los
demás de estas verdades, es una tarea pedagógica, fase previa para cualquier
recuperación de votos vascos.
Abierto
este cauce, no se podrá negar cómo, en la evolución de la vida medieval
prosperaron, entre los vascos, un
conjunto de valores que conectarían al cabo del tiempo con las ideas defendidas
desde posiciones humanistas cristianas: el respeto de los derechos individuales
sobre los colectivos, la defensa del principio de subsidiariedad en la
organización político social de los pueblos y el espíritu de cooperación como
principio básico de una justicia social moderna y progresista.
Tal vez estas ideas pudieran llegar a
prosperar en un debate político histórico.
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