EL GRAVE PROBLEMA DEL PARO.- Cuando las Naciones Unidas decidieron abordar la edición de un prontuario de los derechos humanos, optaron por dar preferencia a los que llamaron derechos de primera generación, basados en la libertad, igualdad y solidaridad que merece cada individuo. No son derechos colectivos, sino personales. Nacen para garantizar a cada ser humano un trato digno y para protegerle de los abusos que se puedan ejercer contra él por parte de los Estados u otras corporaciones, entidades o grupos del signo que fueren.
En los partidos políticos, creados -según lo manifiestan día tras día- para favorecer la aplicación de este repertorio de medidas que garanticen un trato digno a nuestros semejantes, están muy presentes estos derechos humanos. Sobre todo en sus discursos, (palabras); pero muy alejados en los hechos (obras). Si no fuera así, si estuvieran vigentes de verdad esos derechos, seríamos más libres, más iguales, más solidarios.
El arte -que no la ciencia- de la política exige sensibilidad en quien lo ejerce. Esa sensibilidad nos dice que las soluciones ensayadas para salir de la crisis, en lo que atañe al empleo, no son satisfactorias, por lo menos en España, porque están basadas en reducir las remuneraciones por debajo de una línea crítica, hasta rozar la dignidad del trabajador.
La evolución laboral ha sido revolucionaria porque ha cambiado de punta a cabo todo el proceso productivo. Sobra mano de obra y la ley de la oferta y la demanda degrada el precio de los excedentes, sean personas o cosas. Para dignificar la remuneración, hay que salirse del ejercicio de tareas rutinarias y e ingresar en el ámbito de las calificadas por su excelencia.
Es un problema a resolver por medio de un aprendizaje intenso y de una enseñanza eficiente; de voluntad y talento en los docentes y de empeño personal en los discentes. Y aún con ese perfil, el demandante de trabajo tendrá muchas veces que emigrar. Habrá de dominar dos idiomas además del propio, porque lo último será llegar a un país desconocido para abrirse paso, sin poder hacerse entender a la primera.
En España, como es costumbre, dados al derroche del tiempo y del dinero, nos fabricamos problemas como el de Cataluña o el de los latrocinios públicos; o los dos juntos para más chingar. A cambio ignoramos las tareas que pueden redimirnos.
Lo malo de todo esto es que tanto a los políticos como a los ciudadanos, salvo contadas excepciones, les importan un carajo estas cuestiones o carecen de sensibilidad para detectarlas.. (O las dos cosas ya se sabe para qué).
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