viernes, 2 de octubre de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA LXVII

     EL GRAVE PROBLEMA DEL PARO.- Cuando las Naciones Unidas decidieron abordar la edición de un prontuario de los derechos humanos,  optaron por dar preferencia a los que llamaron derechos de primera generación, basados  en la libertad, igualdad y solidaridad que  merece cada individuo. No son derechos colectivos, sino personales. Nacen para garantizar a cada ser humano un trato digno y para protegerle de los abusos que se puedan ejercer contra él por parte de los Estados u otras corporaciones, entidades o grupos del signo que fueren.
     En los partidos políticos, creados  -según lo manifiestan día tras día- para favorecer la aplicación de este repertorio de medidas que  garanticen un trato digno a nuestros semejantes, están muy presentes estos  derechos humanos. Sobre todo en sus discursos, (palabras);  pero muy alejados en los hechos (obras). Si no fuera así, si estuvieran vigentes de verdad esos derechos, seríamos más libres, más iguales, más solidarios.
     El arte -que no la ciencia- de la política exige sensibilidad en quien lo  ejerce. Esa sensibilidad nos dice que las soluciones ensayadas para salir de la crisis, en lo que atañe al empleo,  no son satisfactorias, por lo menos en España,  porque están basadas en reducir las remuneraciones por debajo de una línea crítica, hasta rozar la dignidad del trabajador.
    La evolución laboral  ha sido revolucionaria porque ha cambiado de punta a cabo todo el proceso productivo. Sobra mano de obra y la ley de la oferta y  la demanda degrada el precio de los excedentes, sean personas o cosas. Para dignificar la remuneración, hay que salirse del ejercicio de tareas rutinarias y e ingresar en el ámbito de las calificadas por su excelencia.
    Es un  problema a resolver por medio de un aprendizaje intenso y de una enseñanza eficiente; de voluntad y talento en los docentes y de empeño personal en los  discentes. Y aún con ese perfil, el demandante de trabajo tendrá muchas veces que emigrar. Habrá de dominar dos idiomas además del propio, porque lo último será llegar a un país desconocido para abrirse paso,  sin poder hacerse entender a la primera.
    En España, como  es costumbre, dados al derroche del  tiempo  y del dinero, nos fabricamos  problemas como el de Cataluña o el de los latrocinios públicos;  o los dos juntos para más chingar. A cambio  ignoramos las tareas que pueden redimirnos.
    Lo malo de todo esto es que tanto a los políticos como a los ciudadanos, salvo  contadas excepciones, les importan un carajo estas cuestiones o carecen de sensibilidad para detectarlas.. (O las dos cosas ya se sabe para qué).

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