miércoles, 26 de agosto de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA XXXV

      LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN ESPAÑA.-  Entre mis nietos hay uno en el que me veo reflejado: le atraen las conversaciones de los mayores y se mantiene en silencio, cauto, despierto de oído, sin perder ripio de lo que se habla, sobre todo si se trata de un tema político.
     Siendo  niño,  los españoles amanecimos republicanos un catorce abril. España se llenó de partidos políticos y de organizaciones sindicales, todos reivindicativos. "Por pedir que no quede" decía mi abuelo materno, que había vivido la primera República; y añadía: "No se entienden entre ellos, ¡cómo van a entenderse con los monárquicos!".
     Mi nieto, en los días que corren, oyó  decir -cuando parecieron consolidarse dos nuevos partidos- a uno de sus parientes mayores: "Se acabó el bipartidismo". Y  asumió la respuesta  de otro mayor dicha con voz grave y discurso lento: "No  se entienden entre dos y ¿acaso piensas que lo hagan entre cuatro?".
     No nos engañemos. En esta pseudo democracia que nos hemos dado (insisto, no seamos ingenuos,  para constituir una democracia lo primero que hacen falta son demócratas, rara "avis" en España) son muchos  los   que presumen de ser unos pura sangre  al servicio del pueblo,  pero no lo son ni nunca lo fueron. Los partidos políticos  subsisten no por su democracia, sino por haberse organizado  clientelarmente; es decir si sus socios, afiliados o votantes conspicuos, en mayoría,  gozan de alguna prebenda, favor o negociete. El partido que no quiere o no puede organizarse así, desaparece y -como dicen los bárbaros que aún quedan- ni dios se lo agradece. ¡Que se lo pregunten a doña Rosa Díez!
     En suma, los nuevos partidos, grupos o sociedades que aspiran a ostentar poder político, juegan con nosotros como las razas caninas:  para no parecer los mismos,  cambian de collares. ¡Qué nadie se alarme! Esto pasaba ya en la antigua Grecia. Y  en la actual.
     Mi nieto, el escucha, ya lo sabe: las democracias auténticas, necesitan  un ochenta por ciento de adeptos que, también, sean auténticos demócratas. Y en España esto es difícil que suceda. ¿Por qué?
      Aquí la escuela es doctrinaria. Por lo menos, no hay libertad de enseñanza. Los niños y niñas difícilmente estarán libres de prejuicios. Por eso no hay demócratas... Políticos de toda laya negarán esa realidad; lo hacen en defensa de sus intereses, aunque en público sostengan lo contrario.

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