UN EQUILIBRIO INESTABLE.- La España autonómica es un ejemplo vivo de equilibrio inestable; está en la fase de mírame y no me toques, porque, a nada que se descuiden los magnates de la política, se puede armar la de Dios es Cristo como sucedió en el concilio de Nicea.
Entre los nacionalistas catalanes y vascos, hay un núcleo de separatistas a machamartillo con fuerte arraigo argumental; en Galicia haberlos "haylos" pero no tantos. Tan pronto se hable de modificar el constitucionalismo autonómico, saltarán como pumas para morder en favor de su ansiada independencia. Y si llegaran a prosperar sus propósitos aparecerían retoños de nuevos separatistas en toda España. Recordemos el cantonalismo del siglo XIX.
Ya se sabe que España aparece en la historia moderna, como ejemplo a seguir, por haber protagonizado la transición entre la dictadura y el régimen democrático siguiendo un curso modélico. Pero ya hay críticos que sostienen: si las cosas discurrieron por la senda del consenso, fue gracias a que la CIA y algunas fundaciones alemanas, alertadas por el triunfo comunista en Portugal tras la revolución de los claveles en 1974, apoyaron a socialistas y centristas -incluso con dinero- para que no se sacaran las cosas de quicio. Algo hubo porque las cesiones de unos y otros pasaron a ser históricas, hecho notable entre adversarios que siguen despellejándose después de cerca de cuarenta años de vida democrática.
El PP en estos últimos días, por boca fiable, se ha mostrado propicio -hecho insólito- a dialogar con sus rivales sobre el título octavo constitucional, dando a entender que hay materia negociable para su reforma. No se ha dado relieve a esta noticia, pero lo tiene en grado importante.
¿Qué se puede pensar? Pues que tal vez desde Bruselas alguien ha entrevisto la conveniencia de no elevar de anécdota a categoría el pseudo plebiscito catalán, porque sería malo para todos. También para la Europa unida.
Cuando los profetas de la política estudian las alianzas posibles entre partidos políticos para asegurarse la gobernabilidad del País después de las próximas elecciones generales, proyectan toda suerte de combinaciones menos una: la del PP y el PSOE. Si fueran unidos y se mostraran capaces de consensuar ideas en un clima sereno, podrían aquietar las movidas separatistas.
Pero la idea, con Pedro Sánchez, un líder inmaduro y de cortas miras según lo viene probando, hoy por hoy no pasa de ser un sueño. Es una pena.
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