UN EMPLEO ENVILECIDO Y PRECARIO.- Es cierto. Los hechos suelen ser lo que son y además tienen difícil arreglo: los puestos de trabajo creados en España en los últimos tiempos se caracterizan por su precariedad y por estar mal pagados
Los afectados buscan la causa de esta injusta situación y la encuentran (siguiendo la doctrina izquierdista) en la codicia de los poderosos propietarios de las empresas -grandes, medias y chicas- por la sencilla razón de que los empleadores nunca se dan por satisfechos: aspiran a ganar más aunque sea a costa de la pobreza de sus asalariados, cometiendo una injusticia social empobrecedora de todo un país.
Ademas se administran mal los recursos públicos. En el mejor de los casos se dilapidan -cuando no se roban- y esto crea un clima de desconfianza y desánimo, que termina por retraer el pago de impuestos, aunque sea a costa de cerrar empresas. Si gobernaran las izquierdas no sucedería lo mismo, -dicen los de su cuerda- la cual por experiencias ya comprobadas, no deja de ser una mentira.
A pesar de todo, no puede negarse la existencia de ambos fenómenos -codicia patronal en algunos cotos empresariales y desbarajuste en el uso de los recursos públicos- y no estaría mal que los partidos políticos se comprometieran en sus programas a dictar y disponer medidas correctoras para encauzar el equitativo y recto proceder de los sectores afectados por sus escandalosos desvíos.
La realidad es que - sin negar la urgencia para corregir excesos y desmanes- si los empleos son precarios y están envilecidos es porque, una vez más, actúa la ley de la oferta y la demanda: pocos son los llamados para trabajar y muchos los solicitantes del puesto que se ofrece; poca oferta de trabajo digno y excesiva demanda del poco que se crea.
La solución está en el crecimiento de la oferta y para ello hay que crear empresas rentables, lo cual exige una política favorable a los promotores del sector privado, de forma que cambie de signo el mercado laboral. En eso parece estar empeñado el actual gobierno. Pero no basta con tener razón; hay que saberla exponer y que te la quieran dar.
Todo ello, sin echar en olvido, que el sistema ha de funcionar sin perder de vista un necesario equilibrio, algo difícil de conseguir en una sociedad que, en gran parte, lo espera todo de un milagro llamado cambio. Lo cual es una falacia. Grecia es una expresiva muestra de que los cambios han de manejarse con pinzas.
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