sábado, 22 de agosto de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA XXXII

     NUNCA LLEGA PARA TODOS.- Todos mis recuerdos son pocos en homenaje a los que sufrieron, en el bando que fuere, las calamidades de la guerra civil española. En la mayoría de los casos, la desgracia pilló a las víctimas desprevenidas; todo porque los radicales de opuestas tendencias no se toleraban y  decidieron  resolver sus problemas a garrotazos, tal cual los pintó  Goya en  tiempos que crearon estilo. La fatalidad arrastró a demasiados inocentes.
     Por la misma razón tampoco puedo olvidarme de las miserias de la posguerra, cuando los españoles se dieron cuenta de lo importante que era estar equilibradamente alimentados -sin que faltara el pan de cada día- para no terminar en  un sanatorio antituberculoso o lamiéndose uno las heridas como pordiosero ante el pórtico de una iglesia, en busca de la caridad cristiana.
    - Esto va tan mal que de seguir así -se decía-  terminaremos todos comiendo mierda.
    - ¿Ya llegará para todos? -preguntaba desconfíado el interlocutor de turno.
    Nunca pensé en vivir tantos años,  ni mucho menos en que las gentes llegaran a pensar un día
 que hay tanto de todo que nunca a nadie le dieron el derecho a dejar a un semejante en ayunas.
    Y es verdad: no hay derecho. Pero pensar que llegará un día el bienestar para todos, puede ser un buen deseo pero utópico.
    Todo, desde que el sol fuera sol, tuvo un límite; nada hay que llegue siempre para todos, por mil motivos. Hay momentos en que hasta el aire puede faltar.
    ¿Quiere esto decir que las carencias han de padecerlas siempre los mismos?  No. Este es el problema, pero no caigamos en el desánimo. Sin embargo, suponer  que los políticos  nos pueden arreglar esta situación,  no deja de ser un sueño. El hombre y la mujer no son pastueños que se conforman con su ración  de  hierba. Nacieron depredadores y para colmo con el derecho a pensar y a a ser cada uno como Dios le dio a entender: desde un cabroncete (dicho por lo suave) hasta una angelical criatura. Pero de esta última especie, entre los políticos que quieren arreglar el mundo, se cuentan muy pocos.
     No obstante, seguiremos votando. Como humanos también tenemos derecho a soñar.

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